La falsa normalidad

Desde que empezaron a sucederse fases y contrafases y medidas de aplicación breve, media, larga o voluntarias o recomendadas u obligatorias de alcance estatal, regional o local, ando hecha un manojo de perplejidades. Tengo la cabeza dividida en un sinfín de cuadraditos independientes que me reclaman la atención al mismo tiempo. Pienso en modo videoconferencia multitudinaria. ¡Qué confusión, qué enjambre!

Por fin podré descansar. Donde vivo se ha decretado (¡aleluya!) la nueva normalidad, aunque aquí la han llamado de otro modo para que la distingamos mejor y nos la sintamos más nuestra. Así que ahora basta con llevar mascarilla y lavarse las manos y no acercarse a menos de metro y medio de nadie. Ni permitir que se te acerquen, claro. Porque no hay que bajar la guardia, que el virus sigue suelto y la enfermedad se propaga deprisa, carece de tratamiento y mata lo suyo. 

Sabido esto, ya podemos hasta montar verbenas, mientras sean discretas y con gente simpática. No más de veinte personas bien avenidas. El mismo número de invitados que los de aquella fiesta donde se produjo un rebrote, aunque supongo que esos no se llevaban tan bien como fingían y por eso uno se lo pegó a los otros. O a lo mejor se quitaron la mascarilla una vez recogiditos en la casa, algo que de ningún modo haría nadie y que a ver a quién se le ocurre...

La incoherencia entre lo que oigo contar y lo que veo me crispa, qué quieren. Nunca he soportado que me digan que tomate y tomate y tomate cuando salta a la vista que la cosa es lechuga. Me asalta una incomodidad difusa que se va concretando en mala leche, tanto mayor cuanto más me intentan entomatar. Interpreto ese desajuste como engaño, no sé si estafa o burla o ambas cosas.

Aquí aún no hay normalidad que valga. Epidemiólogos auténticos (no youtubers patrocinados ni parroquianos del bar) lo han advertido. No hay razones médicas para relajar las medidas. Lo que hay es urgencia económica. Y la necesidad estructural de conjugar ambos contextos como buenamente se pueda.

Llegados a este punto, habrá quien lea aquí una diatriba contra la gestión política y quiera llevarse el agua al molino de su ideología. ¡Pues no, señoras y señores! Mi crítica feroz (y más que lo sería si supiera yo cómo) se dirige una por una a las personas comunes, proclives al enanismo ético y a la memoria de pez. Porque un metro y medio es una distancia objetiva y mensurable, pero si nos apretujamos un poquito aquí cabemos todos, con lo que nos hemos echado de menos. Y quien dice apretujarnos dice agolparnos con avidez en playas, transportes, oficinas y locales, etcétera. 

En tres meses ¿quién no ha extrañado mucho algo querido o carecido de algo necesario o perdido algo significativo? Tenemos prisa por recuperar el tiempo suspendido. Aun así, la situación sigue siendo inestable y requiere un cuidado extremo. La tendencia individual más lamentable es la que prioriza mi satisfacción sin restricciones mientras le endilga al prójimo el cumplimiento estricto de las medidas de seguridad. Eso es simple y llana estupidez.

Lo cierto es que hoy estamos como ayer: caminando sobre hielo en primavera. Quizás la precariedad existencial sea más normal de lo que estábamos dispuestos a asumir. Si a usted le consuela llamar a esto nueva normalidad, adelante. Tampoco vamos a negar el efecto placebo de la palabra. Por mi parte, lo llamaré falsa normalidad, que es lo mismo que decir lechuga.


Comentarios

  1. Que interesante lo que piensas y escribes
    No te conozco
    el silencio impera
    te dejo un saludo y mi admiracion desde Miami

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    1. Muchas gracias por tu visita a través del océano y por tu lectura.
      Saludos de vuelta.

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