Una buena y desconfiada amistad
Hace muchos años me hice amigo de la muerte por vocación inevitable y por unas circunstancias que ahora mismo no me apetece recordar.
Ha sido una amistad intensa y larga que ha dado muchos frutos, al menos para mí; en cuanto a ella no sé si le ha agradado o disgustado su relación conmigo porque es muy reservada, algo que siempre acepté y que ha formado parte de esa relación peculiar y única alejada del sexo aunque un tanto morbosa que hemos mantenido.
Pero hace poco que se ha despertado en mí una desconfianza hacia ella que no sé si se corresponde con un cambio en su actitud o en la mía. Estoy confundido, no me están ayudando los comentarios que hago a otros amigos sobre el asunto ni sus consejos, creo que desinteresados.
Recurro a usted para que me ayude en este momento tan curioso tras décadas de buena relación con la muerte que hoy se están convirtiendo en perplejidad molesta y un tanto triste.
Gracias de antemano y saludos.
José María Shandy Coetzee / Alfonso Blanco Martín»
* * *
Diría que su consulta, de lo más estimulante, podría desgranarse en tres cuestiones radicales:
La naturaleza de la muerte.
La naturaleza de su relación con ella hasta hace poco.
La naturaleza de su relación con ella ahora.
Reconozco que mi respuesta será interesada, como lo son –desengáñese– las del resto de sus amigos. Ni ellos ni yo estamos exentos de acabar pasando por el aro llameante de la muerte cual dóciles fieras de circo y –¡qué quiere!– esa perspectiva le enturbia la mirada al más clarividente.
Celebro que durante tanto tiempo haya estado en buenos términos con la parca. Le felicito, pues a usted le atribuyo la mayor parte del mérito. El de ella, si acaso, habrá consistido en cortejarlo con cortesía, sin brusquedades ni vencimientos. Agradézcale esa presencia atenta y moderadamente distante, que es a menudo el secreto de una amistad duradera. ¡Ay de quienes pasan por la vida sin verla! Cuando al fin se dan de bruces con ella, perplejos, les da por regatearle: «Oiga, que es un error, que a mí aún no me toca». Pero ella ni se inmuta –ya la conoce usted–.
La naturaleza de la muerte consiste en llevarnos al huerto literal donde seremos pasto de los gusanos y abono de las malvas. Su cometido efectivo no es más que ese. Lo lleva a cabo una sola vez con cada vivo y lo hace de manera implacable. Hasta entonces, es posible y altamente recomendable entablar con ella una «relación peculiar y única alejada del sexo aunque un tanto morbosa», «una amistad intensa y larga» que dé «muchos frutos». Saberla ahí intensifica los colores, sonidos y aromas de la vida, su calidez y su rareza, nuestra buena fortuna. Importa, sin embargo, no olvidar para qué ha venido. Por mucho que estemos a partir un piñón, no dejará de darnos su beso frío. ¿Quién sabe si no lo hará embargada de ternura?
Así que mucho me temo que su incipiente desconfianza hacia ella es perfectamente natural y revela algo muy sencillo. Usted la ve, así que ya debe de haberla pillado alguna que otra vez dando uno de esos pasitos imperceptibles con que se va acercando. La muerte juega con nosotros al escondite inglés, aunque ella tiene el privilegio de no retroceder si la pescamos en movimiento. Quisiéramos escabullirnos hacia adelante. La pared nos lo impide. La inexorabilidad es eso, la certeza de que tarde o temprano.
El miedo de la muerte es connatural al ser humano y nada tiene de anómalo. A modo de bálsamo para su desconfianza, le sugiero que siga mirándola con esa curiosidad maravillosa con que mira –me consta– la vida entera. Tampoco sabemos qué nos depara ésta, y bien que aceptamos descubrirlo, y nos sorprendemos y hasta se vuelve parte de nosotros. Valga lo mismo para su hermana pobre, tan reservada, nuestra amiga Muerte.
Le abraza cariñosamente,
Doña Pepa Pertejo
BARBUDA Y SABIA

Comentarios
Publicar un comentario