Bed-in for peace
Si
Yoko y su flamante,
pacífico,
melódico
marido
hubieran visto
quebrada
la blancura
del
sol en las ventanas,
de
las flores en cestos,
de
las sábanas limpias
en
Montreal o Amsterdam
por
el quehacer avaro,
terco
y estrepitoso
de
un contratista de obras
–albañil
capataz
con
aires de Hacedor–,
por
aullidos de broca,
dentelladas
de sierra,
mazazos
de derribo,
erupciones
de tierra,
por
la tozuda acción
del
ruido y de la furia,
¿habrían
entonado
un
rosario de mantras
para
restablecer
aquel
silencio herido?,
¿habrían
procurado
amansar
con canciones
–imagine
all the people–
a
la fiera con mono?,
¿habrían
ignorado
la
tormenta de yeso
–sonrisa
imperturbable,
rostro
sereno– frente
a
la prensa mundial?
¿Qué
habrían hecho ellos
con
tal de preservar
la
paz de su bed-in,
que
perseguía la paz?
¿Qué
pueden el silencio,
la
sonrisa y la calma,
–tan
cálidos, tan tiernos–
contra
la estupidez
sorda,
ciega, incansable
del
airado deber?

La estupidez de uno es directamente proporcional al ruido que hace.
ResponderEliminar¡Qué bonito nombre tiene, querido/a The sound of silence! ¡Ojalá cundiese un poco su ejemplo!
ResponderEliminar