Una casa de apreturas y pleitos
En la casa conviven –mal que bien, y se aguantan– una
señora austera, diríase que cuáquera, con otra efervescente, volátil,
distraída; una tercera, alegre, apacible y cordial; y una cuarta, abrupta, como
recién salida de una cueva…
Desde fuera la casa se ve armoniosa y limpia –fachada
emblanqueada, ventanas con los marcos amarillos, el tejado a dos aguas,
geranios de sardina–, pero tiene su mérito preservar la atmosfera fresca y
encalmada dentro de sus paredes. Lo que a una le place, la otra lo condena; lo
que a ésta la encrespa, a aquélla le da risa. ¡Santa paciencia, bendice esta
morada con tu presencia!
Cuando salgo a pasear, espío entre los visillos de otras
casas, por ver si aquí y allá es lo mismo: si juntos y revueltos van saliendo
del paso de vivir los vecinos que comparten un techo, compadres y enemigos al
mismo tiempo. Y en todas oigo gritos y portazos y agua que corre y
ollas que entrechocan y cantos desafinados y hasta carcajadas o sonoros arrumacos. La misma
discordancia acorde, el mismo afecto áspero. Los mismos intentos eternamente
renovados por conciliar pareceres y gustos y mantener una paz sin artificios.
Esa primera casa de apreturas y pleitos soy yo. En mí
conviven esas mujeres y aun otras que me callo. Las demás –esas casas a las que
me asomo a través de ojos que miran a otro lado, de manos retorcidas, de voces
estridentes, de sonrisas que tiemblan, de silencios– son ustedes.

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ResponderEliminarCada casa es un mundo, que dijo uno. Cada cuál es cada quién, que dijo otro.
Lo curioso de estas casas habitadas por tanta gente dispar, es que el más oscuro sótano no se encuentra en el subterráneo sino arriba, en la azotea.
Un saludo.
¡Bien visto, Francisco Manuel! Esas azoteas sombrías y tempestuosas... ¡cuánta negrura! ¡Cuánta falta hace ventilar y limpiar a diario! Un abrazo.
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