El misterio de las aceras intransitables
Los pajaritos cantan y las nubes se levantan en la aldea.
Todo invita a creer que se trata de otro amanecer cualquiera, al que seguirá su
día cualquiera, con su ocaso y su noche cualesquiera. Que el bosque circundante
y la estrechez de las callejuelas no lo muevan a engaño: con la salida del sol,
la aldea sufre una mutación inédita. El pueblito que parecía desperezarse
apaciblemente a una jornada sosegada y provechosa, se transforma de súbito en
un acelerador de partículas al aire libre. Artefactos motorizados se lanzan al
abismo de la circulación, jugándose la carrocería en cada maniobra, dispuestos
si es preciso a encaramarse a las peligrosas aceras –a menudo obstruidas por
algún peatón–.
El profesor Tornasol, enterado por un colega de ese prodigio espontáneo y de la amenaza que entrañan dichos peatonzuelos, se persona en el lugar. Con su péndulo, estudia el flujo y el reflujo, la frecuencia y la intermitencia, el cénit de aceleración teórico y el real. ¡Los registros distan de ser óptimos! Por el bien de la ciencia floreciente y venidera, Tornasol convoca a Tintín, a Milú y al capitán Haddock para que le ayuden a dar con una solución.
Pero Tintín ni siquiera consigue adentrarse en las calles. ¿Qué camino tomar para no estorbar a los vehículos trepidantes ni a esos otros que, inofensivos, reposan en las aceras? Decepcionado con su propia falta de recursos, se vuelve por donde vino. Milú logra llegar al centro, y allí lo despachurra una furgoneta que se acomodaba en la plaza.
En cambio, al capitán Haddock –tal vez por su rictus o por su atuendo– los bólidos lo confunden con un guardia de tráfico y frenan en seco para cederle el paso. Los chirridos de ruedas lo irritan todavía más, así que promulga medidas excepcionales: si el lugar ha decidido convertirse en un laboratorio al servicio del progreso, sea. Habrá que quitar a los lugareños de en medio. Por las buenas o por las malas. Que se muden, que se embarquen o que se disuelvan. ¡Fuera de aquí, se ha dicho! Y punto.
El péndulo del profesor Tornasol gira impetuoso; también solía hacerlo la cola de Milú cuando estaba vivito y celebrando. La aceleración del pueblito se aproxima, imparable y exponencial, hacia cotas sin parangón.
El profesor Tornasol, enterado por un colega de ese prodigio espontáneo y de la amenaza que entrañan dichos peatonzuelos, se persona en el lugar. Con su péndulo, estudia el flujo y el reflujo, la frecuencia y la intermitencia, el cénit de aceleración teórico y el real. ¡Los registros distan de ser óptimos! Por el bien de la ciencia floreciente y venidera, Tornasol convoca a Tintín, a Milú y al capitán Haddock para que le ayuden a dar con una solución.
Pero Tintín ni siquiera consigue adentrarse en las calles. ¿Qué camino tomar para no estorbar a los vehículos trepidantes ni a esos otros que, inofensivos, reposan en las aceras? Decepcionado con su propia falta de recursos, se vuelve por donde vino. Milú logra llegar al centro, y allí lo despachurra una furgoneta que se acomodaba en la plaza.
En cambio, al capitán Haddock –tal vez por su rictus o por su atuendo– los bólidos lo confunden con un guardia de tráfico y frenan en seco para cederle el paso. Los chirridos de ruedas lo irritan todavía más, así que promulga medidas excepcionales: si el lugar ha decidido convertirse en un laboratorio al servicio del progreso, sea. Habrá que quitar a los lugareños de en medio. Por las buenas o por las malas. Que se muden, que se embarquen o que se disuelvan. ¡Fuera de aquí, se ha dicho! Y punto.
El péndulo del profesor Tornasol gira impetuoso; también solía hacerlo la cola de Milú cuando estaba vivito y celebrando. La aceleración del pueblito se aproxima, imparable y exponencial, hacia cotas sin parangón.
Mil milions de llamps i trons!! ¡Que alguien pare estoooooooooo! Gracias Pepa Pertejo por tu arte.
ResponderEliminar.
ResponderEliminarLo malo debe ser compartir acera en sentido opuesto con la Castafiore.
:-)
Gràcies a tu, Xavi! A veure si entre tots aconseguim frenar-ho, ni que sigui una mica...
ResponderEliminar¡Ay, qué risa, Francisco Manuel! Nuestras aceras no tienen precisamente "ancho europeo", así que la pobre Castafiore no cabría ¡ni ella sola!
ResponderEliminarGenial descripció del dia a dia al poble..... ara, a per la solució! !!!!!!
ResponderEliminarL'únic problema, Jorgina, és que tots els remeis que fins ara s'han dut a terme semblen trets d'una historieta de Mortadelo i Filemón.
ResponderEliminarJa fa dos anys i mig d'aquest text i el més calent és a l'aigüera!
ResponderEliminarTres i mig anys després, segueixen tan intransitables com aleshores. Ens hem donat per vençuts, els vianants? Potser sí. Aquí aquest tort ja és tradició. Perpetuada. Inamovible?
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