Piezas quebradas

Como heredó un solar yermo y bien tenía que ganarse la vida de algún modo –a poder ser, honrado–, se le ocurrió montar allí un desguace. Pintó un cartelito, lo sujetó a un palo de escoba y lo clavó en el suelo. Para la inauguración, su hermana sirvió cinco tortillas de patata cortadas en cuadritos chicos chicos, que hubiese para todos, y repartió un palillo a cada quién a medida que llegaban. Su prima trajo unas tijeras de coser y una cinta púrpura, y lo animó a cortarla solemnemente. Brindaron todos con gaseosa a palo seco.

Luego él les contó cómo y dónde, en aquel terreno vacío, iba a aparcar los coches que le fuesen trayendo. Los pensaba agrupar según colores y medidas y antigüedad y grado de deterioro y valor sentimental y, sobre todo, según qué papel habían jugado en la vida de sus propietarios. ¡Ay, sonaban tan bonitos sus planes! ¡Qué ganas les entraron a los invitados de dejar allí sus coches para siempre, aunque tuviesen que volverse a casa andando, poniendo con ellos la primera piedra del desguace!

Pero la fiesta sólo duró hasta la anochecida, y con la fresca se serenaron los ánimos, así que la parcela se quedó tan vacía y tan árida como antes estaba. Y pasaron los días, y las noches, y nada. Temeroso de que llegasen los clientes mientras él dormía o comía, dejó de dormir y de comer. Temeroso de que les hiciese mal efecto encontrárselo mano sobre mano, decidió recorrer a grandes zancadas su porción de tierra seca, ahora de punta a punta, ahora en diagonal, ahora dibujando círculos concéntricos, ahora zigzagueando, ahora a paso marcial, ahora a paso romano, ahora…  
 
Exhausto, famélico y sin dejar de moverse todavía, ve ya a su alrededor caleidoscópicos coches de mil colores, de mil tamaños, unos viejos y otros casi nuevos, algunos averiados, abollados, escacharrados, siniestrados, tan pronto amados como repudiados. Su desguace rebosa de coches intangibles, en cuyos cristales ahumados, agrietados, blindados, ha escrito con marcador indeleble de tinta plateada las historias de sus vidas mecánicas, alegrías del cuentarrevoluciones y penas del aceite que se agota.


Comentarios

  1. es la mejor metáfora q me he encontrado en un desguace..chapeau!!

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  2. ¡Y que lo digas! ¡Las metáforas la asaltan a una donde menos se lo espera!

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