Letargo o latencia

Durante ciertos períodos de tiempo, algunos tan largos que parecen eras, reina una imperturbable quietud. A veces, sosegada; otras, exasperante. Por más que nos agitemos en pos de la consecución de un anhelo o del cumplimiento de una misión sagrada, a nuestro alrededor nada se mueve.

Y nos impacientamos como niños y quizá nos sintamos inclinados a darnos por vencidos, a negar incluso que un día nos importó tal o cual sueño o labor, porque de pronto nos inunda el temor de haber estado labrando en tierra estéril.

¡Ay de quienes confundan latencia con letargo! ¡Ay de los que abandonen creyendo haber perdido el tiempo y la esperanza y las fuerzas en vano! Nada es en vano. La vida en ocasiones se despliega lentamente, pero cuando lo hace su avance es imparable. La semilla plantada se va desperezando a su ritmo aplomado, cobrando el empuje y el equilibrio inquebrantables que necesitará la planta, y luego el fruto.

Tras lo que a B. se le hace un siglo, la germaneta X. acaba saliendo de la panza de mamá, chiquitita y radiante. Y su presencia detiene por un instante el mundo. En otro lugar, la investigación, sacrificada y pertinaz, del doctor C.-N. concluye con un merecido reconocimiento y una celebración feliz, que de algún modo dan sentido a años de incertidumbre y esfuerzo denodado.

Latencia no es letargo y la dedicación amorosa, paciente y convencida nunca se escurre por un saco desfondado.

Fotografía de Meri Girós

Comentarios

  1. Querida Pepa, ¡cuánta razón tienes! Por supuesto que la siembra no es estéril, que la belleza se cultiva y florece (y es contemplada) y que el esfuerzo tiene recompensa. Y ahí estás tú para contarlo maravillosamente, sudando tinta.

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  2. Gracias, Eduardo.

    Eso quiero pensar, ¡que la siembra acabará resultando fecunda! También es cierto que a ratos parece que para cuando germine vamos a estar ya todos los labriegos criando malvas...

    Mientras tanto, brindo por estas florecillas que ya han ido brotando, y que tú miras desde tu ventana.

    Un abrazo.

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