Problemas de la vida


El chico tiene doce años y problemas reales. 

La autora escribe una obra por entregas para la clase semanal de teatro a la que él asiste. Lo hace por encargo, partiendo de las improvisaciones de los alumnos que la profesora le resume mientras toman juntas un café. 

Así que el chico improvisa en las clases de teatro sobre las dificultades de la vida escolar en la pubertad y la autora, que no lo conoce, pone en palabras las preocupaciones acuciantes que le inquietan.

El curso concluye con una función: el grupo representa la obra que semana tras semana ha ido creciendo en su cabeza, en el papel, en el escenario. El chico está tan nervioso como sus compañeros. En la comedia encarna a un niño superdotado que es testigo estupefacto de la fiereza de los matones del instituto contra una chica indefensa. Para la ocasión, se ha vestido de niño excesivamente formal, casi ridículo, repeinado y con gafotas.

La obra empieza y la autora, sentada entre el público, asiste a una representación primeriza, en la que predominan la emoción y la vergüenza de los jóvenes, que disfrutan sabiéndose mirados; el entusiasmo acelera cada frase y los movimientos en la tarima aúnan el pudor y la coquetería, delatando una torpeza adorable en cada intervención. Entonces aparece el chico, listo para su monólogo. Se planta en el centro del escenario, mira al público y confiesa:

"A mí, dadme problemas de mates: ¡esos sí que se me dan bien!; pero problemas de la vida, no: problemas reales o rollos con la gente, ¡no gracias! O sea, que no le pienso contar a nadie lo que acabo de ver. Ha sido todo tan raro… Yo iba hacia mi casa, ya estaba a mitad de camino, cuando me he dado cuenta de que me había dejado en el insti el último número de la revista International Mathemathics for the XXI Century. Este mes hay un reportaje increíble sobre el número pi y una entrevista exclusiva con Tales de Mileto. He vuelto corriendo porque seguro que ya habría salido todo el mundo y no quería encontrarme la puerta cerrada. En vez de eso, resulta que en el pasillo vacío Jonny se estaba comiendo un bocata mientras le decía no sé qué a una chica nueva, de primero. La amiguita de Jonny, esa rapera que es como su sombra, asentía todo el rato. Él se ha terminado el bocadillo, la chica se ha secado las lágrimas y la rapera la ha obligado a estrecharle la mano como si sellasen un pacto. ¡Qué ecuación sin solución! Entonces ella y Jonny se han marchado, entre risas y gritos. He tenido que huir para que no me descubriesen. Quizá tendría que haber ido a ayudar a la chica, no lo sé, quizá sí. Quizá le debería haber preguntado si necesitaba algo o si se encontraba bien. ¡Pero yo no quiero problemas! Sea lo que sea lo que le han hecho, yo no tengo la culpa ni tampoco puedo arreglar nada. He vuelto a casa sin siquiera recoger la revista. Cuando he llegado, me he encerrado en mi cuarto sin merendar… Todo este rollo me ha quitado el hambre. Y ahora no consigo concentrarme en estos apasionantes ejercicios matemáticos. No dejo de pensar en lo mismo: ¡esa pobre chica metida en un lío y yo huyendo como un cobarde! Eso no es lo que habría hecho Pitágoras..."

El chico ofrece al público una interpretación precisa, aplomada, rebosante de un humor sobrio. El chico ha entendido plenamente el sentido de cada fragmento del texto, las distintas situaciones contenidas en el relato, los cambios de intención de su personaje, las ingenuas bromas. Ha leído con habilidad y comprensión su texto y le ha dado cuerpo con sencillez. Ha actuado.

El chico tiene doce años y problemas reales. A priori, eso no entraña ninguna ventaja. Pero como el chico es inteligente, extrae, de los problemas de la vida, experiencia.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Ganar

Los podadores insulsos

Sigue la pista de 'Las uñas negras'