Calor

El verano oficial y astronómico está al caer, pero el verano biológico hace ya una semana que llegó. Si el calor es innegable, más obvias son aún sus consecuencias.

Por una parte, se multiplican las discusiones y alcanzan inéditas cotas de frecuencia y de decibelios. Además, como las ventanas de las casas están abiertas de par en par, las broncas se socializan y puede uno escuchar en estéreo la riña del balcón trasero y el pitote de la ventana de abajo. Puede incluso contribuir al guirigay con su propio zafarrancho particular. El barrio en verano imita a una comedia italiana en blanco y negro, así que me acuerdo de Pane, amore e fantasia (Luigi Comencini, 1953) y me imagino a lomos de un burro, cantando pendenciera a voz en grito.


 
Gina Lollobrigida en Pane, amore e fantasia


Por otra parte, da gusto salir a regar las macetas ya entrada la noche. Disfrutamos entonces de la quietud del mundo, del fresco, de la compañía apacible, del descubrimiento feliz de cada botón floreciente, de cada tallo esbelto, de cada brizna inesperada cuya semilla trajo el aire… ¡Qué belleza la del jardín florido cuya exuberancia señorea la noche aunque nadie la mire! En las camas ocultas tras los visillos duerme o retoza el vecindario desnudo, exhausto de tanta refriega.

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