Habrá quien viva bien

Según cómo, un centro comercial podría parecernos el paradigma de la libertad. Entra uno, se pasea a su antojo arropado por una multitud de deambulantes libres, y gozan juntos de los escaparates, de ese olor a nuevo y a gofre con helado, de la posibilidad de escoger cualquier cosa. Todo está a nuestro alcance. El mundo en nuestras manos. Estupideces así nos decimos. ¿Y para qué? Para ignorar el dolor y la vergüenza de una vida cotidiana que se despliega como un sábado por la tarde en el centro comercial: en la más absoluta libertad, siempre y cuando nos ciñamos al catálogo y al presupuesto, que menguan a pasos gigantescos.

El primero, nuestro abanico de posibilidades, está cuidadosamente restringido. Ríanse cuanto quieran. Precisamente ahora, que nuestra capacidad de elección nos parece infinita, resulta que es cuando más dirigidos estamos. La publicidad nos ensordece y ciega a todo lo que no sea su voz. Ya no queda rincón donde ponerse a salvo. Sólo existe aquello que nos muestra: la repetición de lo mismo, aunque incesantemente remozado. Nos hipnotiza con ese tiovivo, familiar y obligatorio, y eclipsa cualquier alternativa. Claro que ya lo saben. ¿Y quién no? Aun así, seguimos cediendo a su influjo. Propaganda de un mercado que se apropia de todos los aspectos de la vida y ha suplantado el arte con entretenimiento, hace pasar por vínculo entre personas lo que no es más que ocio en grupo, y oculta la precarización extrema tras la máscara del entusiasmo y de la iniciativa...

Esa concentración de lo elegible acarrea la concentración del presupuesto en unas pocas manos. Otra perogrullada. Si ya nos lo han contado cien veces: la macroeconomía, los grandes grupos y la presión que asfixia al pequeño productor o comerciante. Las campañas a favor del consumo local. ¿Les suena? ¿Cómo incide esto en el ámbito cultural? ¿Cómo sobrevive la creación profesional?

¡Ah, bueno! ¡El "consumo cultural" ha crecido un nosécuántoporciento en el último trimestre! ¡Y el sector se diversifica, ofreciendo experiencias inéditas como conciertos para perros salchicha o escultura con mocos! Por no hablar de las ayudas públicas, que ahí sí que tenemos los profesionales una moma... ¿No sonaba así la cancioncilla?

Pues no. Ese dinero acaba, una y otra vez, en los bolsillos de quienes ya venían ganándolo. ¿Desigualdad? Si hay un gremio donde está normalizada es el de la cultura. Gentes con sueldos escandalosos, generalmente en puestos de gestión o intermediación, conviven con muchísimas más que trabajan sin medida a fondo perdido. Se relacionan con civilidad porque los esclavos, que son la mayoría, han aprendido a soportar cualquier cosa y quién sabe si así el otro algún día los contratará.

¿Y los espectadores, lectores, receptores consienten algo así? Desde luego. De hecho apoyan esa desigualdad. ¿Ellos? Sí, lo hacen cada vez que eligen al dictado y siguen sin dudar las sugerencias de esa propaganda para la que lo minoritario no existe. Cuando cantan las bondades de quien toca cantarlas, sin abrirse a una experiencia personal nueva, íntima, subjetiva y verdadera. ¿Cómo culparlos? Ven lo que hay que ver. Es que la libertad no les deja tiempo ni espacio para nada más.

¿Habrá quien viva bien en esta dictadura? Acaso quien no sufra la estrechez y aspereza de sus límites. Feliz el que no siente ni padece y hace clic en "comprar ahora" con la conciencia limpia.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo soy buena persona

La mujer barbuda

Como las cabras