El vergonzoso placer de trabajar
Cargo con una cruz vergonzosa,
¡pobre de mí!: adoro mi trabajo. Podría incluso afirmar que tengo auténtica
devoción por él –como la que tenían por Faulkner los inefables habitantes de la
aldea de “Amanece que no es poco” (José Luis Cuerda, 1989)–. Soy obrera de las
letras y de las tablas, y no me han traído aquí ni un azar extraño ni una
deriva irrefrenable de la vida. Vine por vocación y llevo invertidas incalculables
fuerzas y llevo dedicados considerables años en aprender más y en desempeñar
mejor este oficio mío de crear.
Tan grave es mi desgracia que
ignoro si en realidad soy una actriz que interpreta a una escritora y
directora, y que por eso manda mucho y escribe demasiado; o si soy una
directora que, a falta de otra escritora y de otra actriz que poner en nómina,
se obliga a sí misma –con esa desconsideración despótica de que hacen gala a
menudo los directores– a pluriemplearse; o si soy una escritora, y la actriz y
la directora son personajes de mis obras que han tenido la desfachatez de cobrar
vida propia en mi mismo cuerpo. En definitiva, que encuentro tanto placer en mi
trabajo que me vuelco en él por triplicado. (Y que nadie se me escandalice:
Hacienda y la Seguridad Social ya lo saben.)
Así que, como adoro mi trabajo,
abundan las ocasiones en que algún conocido más o menos bienintencionado me invita
a que trabaje para él sin pagarme. Antes y después de plantearme su nada
desdeñable oferta, me confía que tiene la inmensa suerte de detestar su empleo
y que por eso él cobra; ergo yo, que
disfruto, debería aprovechar la maravillosa oportunidad de promocionarme
gratis. (Generalmente, el sujeto tiene la delicadeza de no pretender, además, imponerme
un canon por su desinteresada gestión.)
Mi cruz es amar mi trabajo,
pero por trabajar para otros cobro. También tengo la inmensa suerte de
detestar fregar los platos, y nadie me paga por ello.
pepita, como siempre un disfrute leerla, pues cuando escribe se nota que ama su trabajo y entreteje con gusto las palabras. yo también lo amo, y eso hace que los envites amargos y las tierras infértiles no duelan tanto. feliz primavera y muchos arcoiris.
ResponderEliminar¡Viva la escritura y viva la primavera, peregrinita! ¡Y a las penas, puñalá!
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