Cosas de topos
A los topos, por más que se lamenten de su vida terrosa de
negrura y humedades, en verdad les encanta escarbar túneles que a menudo no
llevan a ningún sitio. Por eso, cuando salen cierran fuerte los ojos y se
muestran inquietos, sudorosos, vagamente agresivos.
De reconocer a algún congénere –ya sea por el particular
olor que desprenden o por sus característicos ruiditos de pasos arrastrados y
de resuello ansioso–, lo palpan torpemente, metiéndole casi siempre la zarpa en
el hocico.
A veces la emoción los empuja y se abalanzan a ciegas el uno
contra el otro, derribándose mutuamente y rodando enzarzados en un abrazo
áspero. A veces el desprecio les exige darse la espalda y quedan ambos al sol
erguidos como estacas astilladas que se creyesen árboles. Tanto más dignos
cuanto más ciegos.

Tantos topos alrededor, encima, debajo... ¡que es imposible no toparse con ellos!
ResponderEliminar¡Cuánta razón tienes!
ResponderEliminarPor lo menos, tratemos de no meternos nosotros en su topera...
Besos, Maitecita.
los topos me gustan
ResponderEliminarlos topos me encantan,
a veces me espantan
pero siempre me hacen pensar
en sí tralarí o sí tralará
¡Qué vas a tener tú miedo,
ResponderEliminarPeregrina! No lo creo:
será un temblor pasajero
de placer topil topero
tras ver a un topo rumbero
bailar junto a su agujero,
tralarí tralarero.