Welcome to the Star Train Experience

Los primeros trenes Estrella datan de 1982 -según Wikipedia- y deben de ser esos mismos convoyes los que todavía hoy prestan servicio nocturno, haciendo durar nueve horas el trayecto entre Madrid y Barcelona. Se han beneficiado de algún mínimo retoque, como una moderna cafetería con altas mesas curvilíneas o butacas de la última década en alguno de los vagones, para que no se diga. En conjunto, sin embargo, encarnan la imagen misma de la decadencia.

El pasajero que ocupa la butaca 065 del coche 11 del tren Estrella 373 ha cambiado su billete de vuelta, que compró para viajar en litera, por esa plaza sentado. Tiene unos 30 años, altura y peso medios, y describe los compartimentos de cama como "zulos". Escuchándolo piensa uno en esos inquietantes hoteles asiáticos que apilan lechos como nichos o como celdas en una colmena. Por la puerta de cristal corredera asoma la cabeza su amigo, que conservó la reserva en litera y que comparte ahora "zulo" con una panda de ancianos. Los ha dejado allí peleándose a gritos:

-¡A ver si vamos a dormir calientes! -amenazaba uno.
-Pues dormiremos calientes todos -replicaba retador el otro.

Ambos, 065 y su amigo, salen juntos hacia el bar a matar las horas.

El pasajero 064, en cambio, emprende su viaje sin prejuicios. En la balda portaequipajes que se extiende sobre su cabeza reposa una gran bolsa de plástico blanco. En su interior se adivinan varias cajas envueltas con papel de regalo. Intenta repetidamente hablar por teléfono con quienes lo esperan; ni siquiera la cobertura entrecortada que se lo impide lo desanima. Confiesa que -créanlo o no- ese es su primer viaje en tren. Contiene su entusiasmo mientras se desliza con naturalidad a la butaca 066, vacía, que queda junto a la ventana.

Por su parte, el anciano pasajero 062 sube al tren desorientado y pasa de largo, pasillo abajo. Después, un joven amable consulta el abultado fajo de pasajes grapados que el hombre sostiene en la mano izquierda -la ida, la vuelta, un trasbordo, un cambio de billete...-. Descubren que ha dejado atrás su compartimento, así que da media vuelta y desanda a contracorriente, arrastrando trabajosamente un bolsón con ruedas entre empellones y disculpas, el camino hasta su asiento. Tarda en recobrar el resuello. Para cuando lo consigue, lo asalta ya la necesidad inaplazable de fumarse el primer cigarrillo. Lo hace a escondidas en uno de los apestosos, encharcados y minúsculos lavabos. Fumar no es para él ese vicio de buen tono que defienden a capa y espada los adictos con labia, sino una esclavitud que lo disgusta:

-Lo que daría por dejarlo, porque es que me ahogo, y mira que lo he intentado veces, hasta dos años estuve sin llevarme un pitillo a la boca, pero uno vuelve siempre, qué le pondrán a esto, uno acaba volviendo siempre.

Repite su incursión en incontables ocasiones a lo largo de la noche. Cuando no está fuera fumando, dormita inquieto en su butaca, tosiendo y suspirando, chasqueando la lengua y murmurando incansablemente:

-¡Madre mía...!

El pasajero 063 no consigue pegar ojo en las nueve horas y, aunque ninguna de las lamparitas de lectura de los asientos impares funciona, lee compulsivamente buena parte del trayecto. Irónicamente, ninguno de los ocupantes de los asientos pares lee. La pasajera 061, en cambio, duerme ovillada, amontonando una pierna sobre la otra, y sobre ellas los brazos, y encima el abrigo, el bolso y la bufanda... Las paradas se eternizan. El tren Estrella es un contenedor rodante de incomodidad e insomnio. El convoy constituye la única alternativa ferroviaria a la alta velocidad obligatoria de precios estratosféricos. Una alternativa paupérrima.

-Los trenes alemanes de hace cincuenta años estaban más limpios que éste -declara 062 ofreciéndole un caramelo de menta a 063.

En sus palabras no hay ni un ápice de nostalgia, sólo una objetiva valoración de la mugre que les rodea. El billete sale más barato que el del AVE, es cierto, pero no tanto. Los responsables deben de confiar en la oscuridad nocturna como manto con que ocultar su flagrante desinterés en prestar servicio alguno. Quien quiera ir de Madrid a Barcelona que lo haga en un tren diurno y ultrarápido, como Dios manda. Y si no puede pagarlo, que no vaya.

Hace unos años, los mismos responsables fantasearon con suprimir el tren Estrella -no sería por falta de demanda, pues muchos AVE van más vacíos que cualquier Estrella-. La propuesta resultó impopular porque cercenaba toda capacidad de elección. Lo mantuvieron, sí, mas subiendo las tarifas. Desde entonces, la degradación consentida de sus vagones, así como la incomprensible duración del recorrido -probablemente la misma que en 1982, a una velocidad que le vuelve la espalda al progreso-, socavan la paciencia de los viajeros y van labrando su progresivo desencanto. En la medida de lo políticamente correcto -¡y hay que ver qué manga tan ancha viste la corrección política!- se fomenta el desánimo, se alimenta la semilla de una renuncia multitudinaria y aparentemente espontánea a coger el tren Estrella. De este modo se ahorrarían también a los maquinistas, los interventores, los camareros... Ignoran deliberadamente que no siempre puede uno elegir volar en business.


Comentarios

  1. I el seient 360a estava ocupat per Kim Jong II, a qui el narrador no va poder conèixer perquè acabava de morir. Kim Jong II.

    Atentament,
    el règim comunista mexicà.

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  2. Certament, estimat representant del règim comunista mexicà, el narrador no va poder veure al vagó Kim Jong II, que acabava de morir. Tampoc va viatjar Chita, donats la seva avançada edat i el seu més que precari estat de salut.

    Cada cop costa més trobar als trens personatges rellevants. Tots moren abans de pujar-hi.

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