Recuento lectoral

Hay en el diccionario palabras que no sabe uno cómo tomarse. “Lectoral” es un adjetivo que sólo aparece asociado a los sustantivos “canónigo” o “canonjía”, términos relativos a la jerarquía eclesiástica e indiscutiblemente crípticos para el profano. Las definiciones, lejos de iluminar nuestra ignorancia, nos sumen en un bucle: la canonjía lectoral es la “canonjía que pertenece al canónigo lectoral”, quien a su vez es “prebendado de oficio. Es el teólogo del cabildo, y deberá ser licenciado o doctor en teología”, donde el prebendado es el “canónigo o racionero de alguna iglesia catedral o colegial”, siendo el racionero un “prebendado que tenía ración en una iglesia catedral o colegial”… Pero se resiste uno a aceptar que haya parcelas de la vida pública reservadas a iniciados, parcelas que funcionan como compartimentos estancos, donde a uno no se le niega el acceso mediante la violencia o la puerta en las narices sino mediante el deliberado oscurecimiento de los caminos que a ellas conducen. Entonces se vuelve uno “antisistema” y se rebela con la única arma que le han dejado inadvertidamente a mano, la capacidad de leer, y vuelve a consultar “canonjía” en el diccionario y descubre que, en su segunda acepción, significa “empleo de poco trabajo y bastante provecho”. Así, “canónigo lectoral” puede entenderse como titular de un “empleo de poco trabajo y bastante provecho, teólogo del cabildo, y que deberá ser licenciado o doctor en teología”. Tras todo este trabalenguas o devanasesos, concluye uno que ser canónigo lectoral debe ser un chollo a sombra de tejado equiparable al de ser un político corrupto; concluye también que, como mínimo, al canónigo el lenguaje se ocupa de encubrirlo como Dios manda y la Iglesia le exige una licenciatura o doctorado.

Los hombres y mujeres que desde el 15-M reclaman un sistema verdaderamente democrático y justo además de legal han decidido en asamblea abierta mantener las acampadas pacíficas convertidas en inéditos foros de debate, la protesta y la esperanza durante una semana más. Pero mientras escribe uno, los resultados provisionales del recuento electoral son escalofriantes: traen consigo la aparente ratificación del sistema tal y como está en su modalidad más deleznable, la del discurso condescendiente y la acción absolutamente irrespetuosa hacia el ciudadano. Quizá vayan a radicalizarse las posiciones en los próximos días: al fin y al cabo, los números parecen avalar a la derecha en sus dos colores, la que se proclama de centro y la que presume de progresista. Quizá ahora sí que se decidan a desalojar las plazas a hostia limpia, con la autoridad que les confieren sus votantes de siempre. Quizá sea cierto que es pronto para cambiar el mundo. Hay quien, entre mejorar y quedarse como está, escoge sin dudar lo malo conocido; quien, como los niños chicos, se siente más cómodo con el rollo familiar y la piedrecilla en el zapato; quien mira incrédulo la movilización histórica, argumentada y pacífica que le ha tocado vivir –como le toca a uno la lotería– y se conforma con calificarla de ingenua e inútil. Y seguimos gobernados por sucedáneos de canónigos lectorales, que no rinden cuentas a nadie y a quienes les basta con que cada cuatro años hagamos clic en el botón “Me gusta” al pie de su programa.

No quisiera uno tener por pareja a alguien que le prometiese amor eterno un mes de cada cuatro años, y que no le dirigiera la palabra los cuarenta y siete meses restantes. Mientras duren el arrojo, la coordinación y la esperanza fundada en los resquicios de cambio que nos ofrece la legalidad, seguimos en Sol y en todas las plazas, dándole golpes a la cacerola, sacando la cabeza y voceando la certeza del cambio.

Comentarios

  1. con tanta gaviota nos van a llenar de mierda

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  2. no se si me dará tiempo a ver cambios en esta sociedad tan desigual pero se que mis hijos seguiran luchando. gracias

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