Stanley Donen made'em laugh
Stanley Donen nació el 13 de abril de 1924. Ojalá celebrase su próximo cumpleaños volviendo a ver “Singin’ in the rain” –película que codirigió junto a Gene Kelly en 1952– en una fiesta merecidísima en la que todos los invitados se desternillasen con él. A lo largo de su carrera, Donen proveyó a la posteridad de felicidad enlatada de primera calidad en grandes cantidades: metros y metros de celuloide, toneladas de optimismo. El título del ciclo que la Filmoteca de Catalunya le dedica entre el 1 de abril y el 6 de mayo no podría ser más explícito: Stanley Donen o l’alegria de viure (la alegría de vivir). El viernes 8 de abril, en una especie de fiesta sorpresa anticipada y remota, la sala de proyecciones de la Avinguda de Sarrià se puso de bote en bote. A la parroquia de cinéfilos veteranos en pleno se les sumó una multitud de jóvenes espectadores.
En la primera sesión, menos concurrida, se había proyectado “Seven Brides for Seven Brothers”, ese divertidísimo western musical en que Donen consigue hacerse perdonar cursiladas flagrantes gracias a acrobáticos números de baile y a una ironía suave, no por amable menos ingeniosa, sobre las relaciones de pareja. La verdadera apoteosis llegó con la segunda sesión: “Singin’ in the rain”, el plato fuerte, no defraudó. Hasta tal punto entusiasmó al público que arrancó aplausos convencidos al final de casi cada uno de sus números musicales. Es probable que hubiese entre la concurrencia un gran número de forofos del baile y de la canción ligera, pero no es ésa la razón que explica tanto júbilo. Pueden apostar lo que sea a que, quien más quien menos, cualquier lector tararearía ahora sin dificultad el tema central; seguramente la mayoría también lo habrá bailado, paraguas en ristre, aunque haya sido una vez en la vida. Si “Singin’ in the rain” continúa conmoviendo a sus espectadores 59 años después de su estreno es porque, bajo la apariencia de una película deliciosa y leve, late un entramado sin fisuras. Es imposible resistirse a la alegría y a la determinación del trío de protagonistas (encarnados por Gene Kelly, Debbie Reynolds y Donald O’Connor), así que uno se deja llevar sin dolor ni oposición a través de los espinosos temas que aborda la película: las dificultades para salir adelante, el precio de la dignidad, el esfuerzo y el sacrificio cuya recompensa es incierta, las renuncias conscientes. Por si fuera poco, esta comedia de ritmo trepidante a la que no le falta ni un ingrediente, ilustra con humor la transición del cine mudo al cine sonoro –tan torpe y tan fértil, repleta a partes iguales de descubrimientos y de contrariedades técnicas– y nos permite soñar que tal vez ahora, como entonces, el mundo vaya a ser de los valientes.
No obstante, el mundo todavía parece injusto, sucio, brutal. No ha cambiado demasiado desde el viernes y, si lo ha hecho, ha sido a peor: el sábado 9 de abril murió Sidney Lumet. Tampoco se prevé que vaya a mejorar tras el cumpleaños de Stanley Donen. La platea abandonó el cine con la sonrisa y las melodías a flor de labios, es cierto; aun así, “Singin’ in the rain” no prometía días de algodón dulce y noches de regaliz. Era, más bien, una declaración de principios: principios vitales –canto bajo la lluvia y me importa un rábano; no es que no me moje, voy hecho una sopa, una sopa feliz– y principios artísticos –para hacer reír, hay que sufrir–. Vean, si no, a Donald O’Connor en el prodigioso número “Make’em laugh” . En la mejor tradición de caídas y trompazos del cine mudo, con una interpretación soberbia de la canción –que tiene matices de intención además de tonos, semitonos, fusas y corcheas- y, según se dice, rodado en una única toma, “Make’em laugh” es una representación cinematográfica milagrosa del gracioso clásico y trágico.
[La Filmoteca de Catalunya va despidiéndose sin prisas de su actual sede en el cine Aquitània. Se demora en el traslado al Raval, y aunque todo hace suponer que las causas del retraso poco tienen que ver con esa pereza que nos produce la nostalgia anticipada, los fieles parecen agradecer este adiós pausado. La vieja Filmoteca hace acopio en sus últimos meses de actividad de sesiones festivas y emocionantes, dignas de constar en los anales de su historia.]
En la primera sesión, menos concurrida, se había proyectado “Seven Brides for Seven Brothers”, ese divertidísimo western musical en que Donen consigue hacerse perdonar cursiladas flagrantes gracias a acrobáticos números de baile y a una ironía suave, no por amable menos ingeniosa, sobre las relaciones de pareja. La verdadera apoteosis llegó con la segunda sesión: “Singin’ in the rain”, el plato fuerte, no defraudó. Hasta tal punto entusiasmó al público que arrancó aplausos convencidos al final de casi cada uno de sus números musicales. Es probable que hubiese entre la concurrencia un gran número de forofos del baile y de la canción ligera, pero no es ésa la razón que explica tanto júbilo. Pueden apostar lo que sea a que, quien más quien menos, cualquier lector tararearía ahora sin dificultad el tema central; seguramente la mayoría también lo habrá bailado, paraguas en ristre, aunque haya sido una vez en la vida. Si “Singin’ in the rain” continúa conmoviendo a sus espectadores 59 años después de su estreno es porque, bajo la apariencia de una película deliciosa y leve, late un entramado sin fisuras. Es imposible resistirse a la alegría y a la determinación del trío de protagonistas (encarnados por Gene Kelly, Debbie Reynolds y Donald O’Connor), así que uno se deja llevar sin dolor ni oposición a través de los espinosos temas que aborda la película: las dificultades para salir adelante, el precio de la dignidad, el esfuerzo y el sacrificio cuya recompensa es incierta, las renuncias conscientes. Por si fuera poco, esta comedia de ritmo trepidante a la que no le falta ni un ingrediente, ilustra con humor la transición del cine mudo al cine sonoro –tan torpe y tan fértil, repleta a partes iguales de descubrimientos y de contrariedades técnicas– y nos permite soñar que tal vez ahora, como entonces, el mundo vaya a ser de los valientes.
No obstante, el mundo todavía parece injusto, sucio, brutal. No ha cambiado demasiado desde el viernes y, si lo ha hecho, ha sido a peor: el sábado 9 de abril murió Sidney Lumet. Tampoco se prevé que vaya a mejorar tras el cumpleaños de Stanley Donen. La platea abandonó el cine con la sonrisa y las melodías a flor de labios, es cierto; aun así, “Singin’ in the rain” no prometía días de algodón dulce y noches de regaliz. Era, más bien, una declaración de principios: principios vitales –canto bajo la lluvia y me importa un rábano; no es que no me moje, voy hecho una sopa, una sopa feliz– y principios artísticos –para hacer reír, hay que sufrir–. Vean, si no, a Donald O’Connor en el prodigioso número “Make’em laugh” . En la mejor tradición de caídas y trompazos del cine mudo, con una interpretación soberbia de la canción –que tiene matices de intención además de tonos, semitonos, fusas y corcheas- y, según se dice, rodado en una única toma, “Make’em laugh” es una representación cinematográfica milagrosa del gracioso clásico y trágico.
[La Filmoteca de Catalunya va despidiéndose sin prisas de su actual sede en el cine Aquitània. Se demora en el traslado al Raval, y aunque todo hace suponer que las causas del retraso poco tienen que ver con esa pereza que nos produce la nostalgia anticipada, los fieles parecen agradecer este adiós pausado. La vieja Filmoteca hace acopio en sus últimos meses de actividad de sesiones festivas y emocionantes, dignas de constar en los anales de su historia.]
"Un teatro donde uno no pueda reírse es un teatro del que uno debería reírse. La gente sin humor es ridícula."
ResponderEliminarBertolt Brecht
¡A reír, que son dos días!
ResponderEliminarGracias, Harry.
m han dado muchas ganas d volver a bailar bajo la lluvia ;)
ResponderEliminar¡Pues nada, Elena, a cantarle a la Virgen de la Cueva hasta que te dé ocasión de marcarte un baile canario pasado por agua!
ResponderEliminar