Tejiendo vínculos


Tejemos las relaciones hilo a hilo, en telar manual y con esmero. La proximidad, la convivencia o el contacto frecuente, facilitan la labor. Así vamos acumulando vueltas día a día y crece el buen tejido sin sentir.

En la cercanía detectamos de manera natural los nudos involuntarios, y los desembrollamos enseguida. Una pasada torpe puede deshacerse y rehacerse con más cuidado en un momento. Y esas taras menores que no tienen remedio, las inevitables imperfecciones, aprende uno a quererlas sin mayor consecuencia cuando media el afecto.

Las relaciones de esta naturaleza van ganando profundidad. Su espesor cálido, artesanal, nos abriga cuando arrecia el frío.

Pero ahora andamos lejos unos de otros, y vamos demasiado cortos de horas como para cultivar además labores decorativas. Hasta tal punto vivimos instalados en la urgencia de la supervivencia, que permanecemos compulsivamente anclados en ella cuando ya nos hemos provisto en abundancia. Damos muchas relaciones por supuestas y aun por debidas. Y creemos que se fabrican solas, en los telares automáticos de algún lugar remoto, así que las tratamos con la desatención que nos merecen los bienes reemplazables.

No tejer equivale a destejer, porque el mero correr del tiempo impone el desgaste y el deterioro; cuanto no se cuida tiende a la destrucción. Y no hay papel oficial ni estudio genético que acredite la existencia de una relación humana. No es relación la contigüidad física ni el grado de parentesco, sino el vínculo tejido desde la cordialidad, el respeto y el interés por el bienestar conjunto. Tan sencillo y a la vez tan laborioso y frágil: en cualquier instante puede una de las manos decidir desentenderse del telar y hasta blandir la tijera.

A lo mejor ya se había usted comprado una impresora 3D que le prometía relaciones sólidas y cómodas producidas en serie. Permítame desengañarle. Si no se aplica a tejerlas hilo a hilo, como mucho obtendrá amigos inflables.

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