Reparación a hachazos



Doña Pepa viene leyendo los papeles con ánimo menguante. El primer día, cuando un sinfín de voces llamaron por su nombre a ese desolladero que eran las clases de un desaprensivo (que hasta entonces pasaba por director de teatro), una Pepa exultante celebró la valentía de quienes así hablaban, y el rigor y la exhaustividad de los periodistas que firmaban la noticia. El caso no le sorprendió ni medio gramo, porque a ella la barba le creció precisamente en esas aulas dramáticas y allí la categoría humana del susodicho la conocía hasta el bedel suplente. Albergó brevemente la esperanza de que aquel estallido sirviera para limpiar la charca de sanguijuelas como esa.

Le pareció que dos focos de atención exigían una intervención inmediata, y que estaban claros. Para empezar, se dijo, por fin se investigaría la actuación de aquel ebrio tirano feudal que se arrogaba el derecho de pernada, y se emprenderían las acciones administrativas y jurídicas pertinentes; esto incluiría una inspección externa, capaz de esclarecer hasta qué punto la institución habría incurrido en encubrimiento, cooperación o complicidad necesaria, y si esta falta de protección y apoyo a los alumnos se habría debido a ignorancia, negligencia, ausencia de mecanismos de detección y remedio, corporativismo o mala fe. Además, se implantarían de una vez herramientas efectivas y serias para que cualquier alerta sobre malas prácticas fuese atendida por inspectores ajenos a la casa, que pudiesen contrastar los hechos y escuchar a las partes o testigos sin que mediasen intereses propios.

Le duró a Pepa la alegría lo que dura un espejismo. Donde hubiesen hecho falta lucidez, concentración y bisturí, la multitud la emprendió a hachazos. Enseguida se imbuyeron todos del sufrimiento de las víctimas y lo enarbolaron en nombre de la solidaridad. Para que el curso de los acontecimientos tienda a su resolución, cada quien debería ceñirse a su papel. Hay víctimas, agresores y terceros. El tercero que se inviste de víctima y alza al cielo su quejido de plañidera sin causa, por sentimiento subrogado, cree estar secundando al agraviado mientras lo suplanta, y tapa y distorsiona, con su ruido, la voz del perjudicado.

Por si fuera poco, el caso entero se redujo a su faceta sexual y de ahí, para desviarnos aún más, se culpó al machismo, ese ente abstracto, de los cuarenta años de depredación humana de un individuo concreto. Así, entre gritos dionisíacos, el criminal deleznable pasó a un segundo plano. ¡Qué suerte la suya! El enemigo resultó ser el patriarcado y su representante, la directora de la institución. Es a ella a quien se ha acabado quemando en la plaza pública en nombre de un feminismo precipitado que se ha querido apropiar de este caso. ¡Gran triunfo! Ahora vendrá por nombramiento político un nuevo director, tan feminista y con tantas nociones teatrales como Naranjito o la Patrulla Canina.

La confusión se manifestó en mil y una notas a pie de página aparecidas en redes: "Es que a mí también me hicieron esto y lo otro". Saberse al fin oído le da a cualquiera ganas de expresar eso que le duele y callaba. Desgraciadamente, en esta democratización de la denuncia parece que merezcan el mismo reproche un acosador que un antipático, un farsante que no sabe nada que un profesor torpe que habla bajito. Las acusaciones legítimas se diluyen en ese alud de quejas.

Así que quizá convenga proceder a la disección breve del caso central, porque compendia los distintos cargos aplicables a otros casos. Se le ha acusado de acoso psicológico y sexual, de coacción y de abuso de poder. Son cargos concernientes al derecho penal y esa es la vía que deberían seguir. Se le ha acusado de estado de intoxicación reiterado e invalidante en el lugar de trabajo, aseveración fácilmente comprobable y motivo más que suficiente para expedientarlo. Se le ha acusado, en fin, de no enseñar. Con eso debería haber bastado.

Servidora reconoce en estas acusaciones el retrato del individuo a cuyas clases asistió veinte años atrás y cuyas lecciones ha procurado aprovechar por evitación. Nada de aquello es útil en una sala de ensayo. Nada de aquello sirve entre iguales. Quizá funcione en los pasillos y salones donde se reparten las direcciones de los montajes. Quizás ésta sea la dinámica que habría que talar a hachazos. 


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