No se puede poder tan poco


"Quien hace lo que puede no está obligado a más", reza el refrán. Y en este caso atina (señalarlo no sobra, porque el refranero alterna la mayor sensatez con las barbaridades más calamitosas).

"Quien hace lo que puede", sostenemos, y es cierto. No caben ni el arrepentimiento ni el reproche cuando se han consagrado a un menester las propias fuerzas y capacidades. Llegue o no el resultado que anhelábamos.

"No está obligado a más", concluimos, y de inmediato quedamos liberados de los trabajos de Sísifo. La frase rompe esa cadena que de otro modo nos amarraría eternamente a un deber imposible.

Y sin embargo, ¿quién hace lo que puede? ¿No se habrá vuelto la fórmula una excusa con la que justificar nuestra nula disponibilidad y nuestra ínfima aptitud? ¿No hablan la desgana y la pereza a través de la mayoría de los "quien hace lo que puede"? Porque cuesta bastante creerse lo poco que en general se puede...

No estar obligado a más tampoco implica necesariamente desentenderse del asunto. Como humanos que somos, dotados de criterio, voluntad y libertad, podemos decidir hacer más allí donde no estamos obligados. Sin martirio. Por convicción. Con alegría.

Si es verdad que no podemos más, que nos hemos vuelto todos inútiles, impotentes, incapaces o impedidos, entonces algo habrá que pensar y querer y hacer para fortalecernos. Para habilitarnos. Algo habrá que planear, aprender o cambiar. Nunca la espera pusilánime ha sacado a nadie del cenagal. No basta con encogerse de hombros. No se puede poder tan poco.

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