Los negacionistas tampoco existen

Nosotros, los humanos, tan dados a abrazar y explorar complejidades simultáneas, hemos mutado. Ahora nos ocupa una sola cuestión, vital, inconmensurable. Y va variando cada cinco segundos. De modo que lo que en este instante se nos antoja imprescindible (cierre los ojos y respire hondo mientras cuenta hasta diez), en este otro ha perdido interés. ¿Qué era? ¿Usted se acuerda?

Esta inconstancia de pensamiento, este ir dando saltitos alborotados de una a otra obsesión, podría resultar divertido y hasta placentero. «Si no te gusta el tiempo que hace ahora, espera cinco minutos», suele decirse en Islandia, ¡tal es la inestabilidad meteorológica! El consejo parece igual de práctico aplicado a las ideas: «¿Te incomoda o molesta o duele eso que piensas ahora? En un suspiro pensarás lo contrario». No obstante, ¡qué consuelo de saldo! Alternamos ideas a velocidad de vértigo y es precisamente esa rapidez la que nos deja en la superficie de todo, de manera que la misma imagen mental que nos alivia perder de vista reaparecerá al cabo de poco. Nuestros cambios de opinión automáticos no conducen a ningún sitio: los pensamientos suben y bajan y giran en un tiovivo en constante aceleración. Quien haya visto Extraños en un tren ya sabe cómo acaba esto.

La volubilidad acarrea incongruencia. Si donde dije digo, digo Diego, donde dije «ni hablar» digo «con gusto». Y así llegamos a la falacia de moda: el negacionismo. Paradójicas hordas de ciudadanos decentes se consagran a difundir una verdad impostergable. Misioneros vehementes de una fe que les durará cinco segundos. Gentes que creen hacer el bien y hacen, si acaso, el ridículo. No me lean sólo la mota en el ojo ajeno. En un sentido amplio, todos somos antes o después negacionistas. No existe lo que no me conviene o no soporto o no sé imaginar. Rotundamente NO.

En puridad, nada existe. Ya vienen advirtiéndonoslo filósofos y místicos de todos los tiempos. Físicos y astrónomos nos lo han corroborado más recientemente. La mayor parte de esto que llamamos universo es vacío. Así que, en términos absolutos, nada de cuanto los negacionistas niegan existe: ahí tienen razón. 

Por otro lado, la pequeña porción de realidad que consideramos que sí que existe, en forma de materia o energía, se nos presenta a través de los sentidos. Y estos son tan poco fiables y están tan sujetos a la influencia de las pasiones y los prejuicios que todos los sabios describen sus percepciones como «ilusión». En consecuencia, difícilmente podemos afirmar con certeza la existencia de lo que creemos que existe. Ahí es donde los negacionistas meten la pata. Cuando un negacionista niega que exista esto, lo hace para afirmar lo contrario, aquello que para él existe de veras. ¡Qué parcialidad! ¡Cuánta incoherencia! 

Si estamos del lado de lo que existe, no nos queda más remedio que reconocer que eso que nuestros sentidos perciben es real, aunque sea en términos relativos. Si decidimos alinearnos con el vacío filosófico o pragmático (y eso hace quien niega lo evidente), entonces nada existe. Los negacionistas tampoco.



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