El modelo antártico



Presumimos de contemporaneidad y hasta de posmodernidad, pero en lo hondo seguimos gobernados por el sistema límbico y la superstición. Nos las damos de analíticos y empáticos cuando apenas pasamos de chimpances lampiños.

Y ahora que nuestras angustias atañen a la supervivencia cosa común en la historia de la humanidad, aunque quizá inédita para muchos de nosotros, se han disparado los índices de incongruencia apasionada y de fe ciega. Lean y escuchen, si no, a quienes los rodean, ya sean medios de comunicación, voceros ideológicos, vecinos o amigos.

Hemos recuperado la idea ancestral de la enfermedad como castigo divino. La hemos remozado y repintado, sustituyendo a Dios por la gestión eficaz. Nuestra creencia restaurada podría formularse más o menos así: "En los países que están haciendo bien las cosas hay menos contagios y muertes". Suena bien. Tiene gancho. Admite adhesiones razonables. ¿Dónde está la trampa?

En cómo entendamos ese menos. En efecto, las medidas adoptadas van destinadas a reducir esas cifras. Buscan que haya menos contagios y muertes de los que habría en ese mismo lugar y de acuerdo con las circunstancias reales si no se aplicasen las restriccionesSin embargo, medios de comunicación, voceros ideológicos, vecinos y hasta amigos parecen empeñados en deducir otra cosa. Esto es, que menos significa menos que los demás países

Luego dan una ágil voltereta y concluyen que los países con más contagios y muertes son indefectiblemente los que peor lo han hecho. Habrán oído hablar del modelo neozelandés, del surcoreano, del sueco... Les habrán cantado ya las bondades de cada uno ellos, que deberíamos haber imitado –no sé si sucesivamente o la vez–, en contraposición con lo mal requetemal requetequetemal que aquí se ha hecho todo.

Puestos a ignorar que en cada uno de esos lugares se partía de circunstancias distintas y se contaba con recursos diferentes, hoy les traigo el modelo definitivo: la Antártida. Allí los niños juegan por las calles sin mascarilla ni horario. La vida cotidiana sigue su curso feliz y gélido. Ningún positivo. Ningún contagio. Ninguna muerte. Un continente entero libre de virus. ¡Eso sí que es hacerlo bien!

Tal vez se trate de eso: quisiéramos que la gestión de la pandemia se llevase a cabo sin que nos molestasen. Nos sentimos frustrados y respondemos como siempre lo ha hecho la frustración universal: lamiéndonos las heridas, comparándonos con quienes creemos que están mejor, despotricando y vociferando contra aquellos a quienes culpamos de nuestros males.

No sé cómo estarán ustedes. Lo que es yo, encajando las consecuencias inevitables de esta crisis global. Demasiado agotada como para soportar encima las gilipolleces y las pataletas de los analfabetos voluntarios y malcriados. Y menos aún las de los pescadores que confían en sacar mayor provecho cuanto más revuelto ande este río.

Comentarios

  1. Aquí estamos todos muy tranquilos. Por favor, amiga Pepa, no vaya pregonando por ahí lo bien que hemos hecho las cosas... A ver si se nos va a llenar esto de domingueros y acabaremos confinados en un cubito.

    ResponderEliminar
  2. Señor Pingu:
    Acepte mis respetuosas disculpas. ¡Cuánta razón tiene!
    Aquí la gente se salta el confinamiento sin reparos para dar fiestas de cumpleaños o pasar el fin de semana más a gusto, así que ¡qué no harán para escabullirse de la amenaza del virus!
    Un abrazo fresco.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La mujer barbuda

Yo soy buena persona

Ensayo sobre teatro (VI): TABLILLA