Tampoco es para tanto

Se amplía nuevamente el estado de alarma y, con él, las estrictas medidas para la prevención de contagios. Eso dicen por la televisión y lo ilustran con imágenes de ciudades por cuyas calles no se ve un alma. El mensaje, necesariamente esperanzador, es inequívoco: lo estamos haciendo bien, lo estamos haciendo juntos, la unión hace la fuerza y lo conseguiremos. Le entran a una ganas de confiar en las personas, en su evidente capacidad de corresponsabilizarse, velar por otros, y sacar del fondo de sí mismas a alguien mejor, más humano y entero.

Es bien conocida la eficacia del refuerzo positivo, una feliz aportación de la psicología conductista: se reconoce y premia el comportamiento óptimo para estimular su repetición. De eso se trata, y con urgencia, aquí. Se pone el énfasis en el deseable cumplimiento multitudinario de las recomendaciones, en la generalización de una conducta que facilite la gestión de esta situación, y se anima así a la población a incorporar y mantener las precauciones.

Lo que se calla en público, por no hacer estallar la consoladora ficción de que todos sumamos, es que una porción nada despreciable de la población se está pasando por la entrepierna el confinamiento, la restricción de la actividad laboral y hasta el lavarse las manos con jabón. Proclaman que tampoco es para tanto, que el auténtico despropósito sin sentido son las medidas que se han adoptado, que son ellas las que hunden el país y que al gobierno no le va a quedar más remedio que revocarlas. Invitan a gente a comer a su casa. O mejor van ellos con toda la familia los niños de ocho en ocho a pasar el domingo en la segunda residencia de Fulano, aprovechando que hace tan buen tiempo. Y antes se pasean por la plaza del pueblo. Sí, del pueblo.

Pueblos de cuento, paraísos libres de virus donde la vida es fácil y está exenta de peligros. Lugares en los que se han registrado pocos casos positivos ciertos y donde reina la calma despreocupada. En el campo se cree en lo que se ve, se toca y huele. Por lo tanto, la reducida cifra de contagios en entornos rurales constituye la prueba irrefutable de que esto es cosa de las ciudades como no hace tanto era cosa de la China. Muchos, vecinos habituales o domingueros, se dicen: si aquí casi no pasa, no me va a tocar justo a mí. Y relajan la cautela y disfrutan de una estupenda semana santa.

Sin embargo, en esos mismos pueblos, los contados pacientes diagnosticados han sido carne de murmuración y estigma. ¿Ya sabes quién lo tiene? No es demasiado suponer que haya enfermos callando mientras puedan, no vayan a ser ellos el objeto del próximo rumor. Así que estos discretos enfermos leves se encuentran cordialmente en la plaza con otros confinados diletantes sanos o asintomáticos sin fe en la pandemia.



 

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