Higiene de la frustración
Doña Pepa se enfurruña,
¿quién la desenfurruñará?
Trabalenguas o acertijo, la respuesta es una sola: ella mismita. Y arreando. Porque así lo recomiendan los hábitos de higiene más elementales y eficaces: elabore, digiera y elimine cada quien el bolo de su propia frustración. Y si va a esperar a que se lo trituren, cuelen y desechen otros, pues hágalo sentado.
La frustración es bocado que sabe mal y sienta aún peor. No obstante, en ciertos ámbitos hemos tomado por costumbre tragar y callar. Lo temible es que eso que tragamos conformes y en silencio, se nos desliza garganta abajo revestido de púas como un erizo tímido, y luego explota al caer en el estómago haciéndonos temblar. La primera medida de higiene, y la más decisiva, sería no ingerir lo que a uno lo envenena. Decir no en el momento a quien sea que nos ofrezca, sonriente o apremiante, bombones de cianuro. No hay buenos modales que justifiquen una intoxicación, ni ventajas indirectas que la compensen.
Ahora bien, tragado voluntariamente el sapo, la segunda medida de higiene y de convivencia consiste en no echárselo a la cara al primero que pase por allí. Nadie le debe pleitesía al frustrado o andaríamos todos exigiendo reverencias cada vez que la vida nos contraría, que es cosa relativamente común. Nadie tiene por qué encajar su mala leche, ni dar oídos a su letanía de lamentaciones, ni reconfortarlo hasta que se quede descansado. ¿Por qué nos tomamos en lo emocional tantas libertades con los demás? ¿Acaso les pedimos que nos limpien los mocos, que nos laven los pies o nos sostengan la frente en nuestros vómitos? Pues, para los disgustos, valga lo mismo.
Llegamos aquí al punto más peliagudo y difícil de tratar con simples medidas de higiene individual: la epidemia. Cuando, como ahora, la frustración ha dejado de ser un estado de ánimo pasajero del ser humano para constituirse en el carácter de la sociedad de nuestra época, ¿quién nos desenfurruñará? Ojalá respondiésemos a coro: ¡nosotros!, ¡cada quien a sí mismo hasta erradicar la enfermedad! Pero no contestamos, ni eso ni nada. Nos dejamos arrullar por la respuesta del mercado solícito: "Yo te consolaré, yo te trataré bien, yo te haré feliz". Y así nos va, encendiendo alumbrados de navidad en noviembre para poder soportar tanta negrura.

Comentarios
Publicar un comentario