No se apuntale más

La casa se abre en dos como melón maduro. Una grieta imponente la atraviesa. Baja desde lo alto, del tejado donde chirría la veleta con su perfil de gallo jorobado, hasta el umbral de la puerta que da al patio. Afortunadamente, todo eso sucede por detrás, así que la fachada delantera sigue tan deslumbrante como suele. Los de fuera ignoran la apremiante amenaza de ruina. Los de adentro, prefieren no mirar y se cubren los ojos con un antifaz de satén con puntillas para que el sol que se cuela por la grieta no los despierte al rayar el día. Es verano y, gracias a la inédita abertura, corre por los dormitorios un aire que acaricia.

En otoño, la casa se desgaja de medio a medio. La grieta ya ha partido los techos con molduras, los suelos con baldosas. Ha habido que serrar por la mitad algunos muebles que no se decidían por un costado u otro. El armario de tres cuerpos con espejos, la cómoda donde se guardan los ajuares, el diván de terciopelo con flecos, el aparador de la porcelana y cuatro sillas de estilo imperio que, lamentablemente, ya no servirán de mucho con dos patas. Cuando llueve ¡se forma una cascada tan alegre! Cae como cortina de cuentas de cristal. Cascabelea.

En invierno, el comedor se ve ya desde la calle. Los paseantes desean buen provecho a los comensales y ellos, por cortesía, se ven obligados a responder "Si gusta", así que la casa es un hormiguero de visitas hambrientas que amenazan con llevar a la familia a bancarrota. El temporal ha llenado los pasillos de torvas y los niños ya no pueden ir al baño a lavarse los dientes o las manos sin antes abrigarse con diez capas de anoraks y bufandas y manoplas y gorritos con borla. Un amiguito viene a pasar la tarde y pregunta entre juegos: "¿Por qué se ve el cielo desde vuestro sótano?".

La primavera vuelve la situación intolerable. Las golondrinas, que cada año llegan más temprano, anidan en las lindes de la grieta sin la menor consideración. Se adueñan de la casa. Por si eso fuera poco, en la falla que se ha abierto debajo han brotado especies trepadoras que ascienden por la brecha cual mono por liana. La naturaleza explota entre las paredes. Llaman al arquitecto.

"¡Aquí urge apuntalar!", exclama el hombre sin dar crédito a tanta dejadez. Y manda una cuadrilla resuelta a que apuntale.

Tabla, larguero, 
polín, contraviento, 
puntal, cuña, estaca 
y viga de arrastre,
hasta recomponer 
la casa hendida.

Tabla, larguero, 
polín, contraviento, 
puntal, cuña, estaca 
y viga de arrastre,
para evitar que sea 

una casa hundida.

Escrito suena a cancioncilla; mientras lo hacen es el Apocalipsis. Los de dentro no caben en sí de indignación. "¡Nos están rodeando la casa de maderos y hierros horrorosos! ¡La hacen parecer un montón de ruinas!" Despiden al arquitecto con desdén dignísimo. A la cuadrilla la echan con cajas destempladas y animan a los niños a que les tiren los trozos de ladrillo que se desprenden de las paredes partidas. "¿Qué sabrá esa gentuza de lo que nuestra preciosa casa necesita?" Deciden que mandarán acristalar la hendidura para protegerse de las inclemencias. No se hable más de grietas. Lo que ellos tienen es un lindísimo jardín interior.




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