Noche de paz o cese de las hostilidades

Que sea ésta (y ojalá que todas) noche de paz y noche de amor. Que todo duerma en derredor. Que, entre los astros que esparcen su luz, brille la estrella de paz...

Ya conoce el villancico. Pues eso le deseo para hoy y para lo que la vida le depare. O aún mejor en inglés: una noche callada, quieta, silenciosa. De paz del corazón. De amor auténtico.

Le suena ñoño. Tópico. Misero (sin tilde). No lee el atrevimiento extremo de lo que le propongo. Lo escribiré más claro. Sáltese esta noche el burladero del espumillón, el banquete y los regalos. Quédese con lo real: mire a los ojos y mire a sus adentros. ¿Es esto paz? ¿O un mero cese de las hostilidades? ¿Hostilidades subterráneas en ebullición? ¿Vuelan sin más los platos, las copas y los dardos, aprovechando que hoy estamos juntos y hay cuentas pendientes?

Habrá estadísticas. X de cada 100 familias se odian cordialmente. Z de cada 1.000 tienen la fiesta en paz, mientras sigue subiendo la venta de sedantes y desfibriladores para uso doméstico. H de cada 1.000.000 zanja las celebraciones con un "es la última vez", "nunca más" o "hasta aquí hemos llegado", y así año tras año.

Destripemos el amor familiar como si fuera el pollo navideño:
  • 1. Está muy extendida la doctrina según la cual el amor puede con todo. De quien ama se espera que aguante lo que el amado le eche y lo perdone, porque si no lo hace demostrará la endeblez de su amor y la culpa de todo será suya. Cuando el amor no puede y dice basta es acusado de insuficiente e imperfecto. Acabáramos.
  • 2. A eso se le añade la triangulación familiar (paternofilial, paternofraternal, entre parientes políticos), que se enuncia o se calla más o menos de acuerdo con esta fórmula: "Tú me quieres a mí y yo lo/la/los quiero a él/ella/ellos. Y por amor a mí, soportarás de él/ella/ellos lo que venga, sin quejas ni suspiros ni reproches. Si no, es que no me quieres".
  • 3. Luego, la intensidad y la agudeza de la sensibilidad no son universales. Hay quien ve los distintos matices del amanecer y quien hace siglos que olvidó que el sol sale, y no percibe más diferencia entre el día y la noche que la que le dicta su horario laboral. Hay quien siente en la piel que algo va a pasar justo antes de que pase y quien tiene piel de rinoceronte y no lo nota ni cuando ya ha pasado.
  • 4. Finalmente, fingir normalidad es de buen tono. Ignorar civilizadamente al otro es de lo más decente. Quedar bien y marcharse razonablemente temprano se ajusta con toda dignidad al protocolo. Las fiestas se usan para eso. En cambio, entablar un diálogo sincero en el que quepa compartir el dolor propio y sostener el ajeno, pedir disculpas mutuas, reencontrarse de veras ¿es grosero, vulgar, innecesario? ¿No? ¿Por qué no existen fiestas a tal fin?

¿Se cumplen en su caso 1 + 2 + 3 + 4? Entonces permítame dudar afectuosamente de que la suya vaya a ser una noche de paz y amor. En el mejor de los casos será una tregua. ¿Aguafiestas? Quizá. Aunque no del todo. Traigo también hipotéticos antídotos, sabrosos y variados como turrones:
  • Para 1: Aplíquense los principios de las disoluciones. Respétense las cantidades de soluto (aquí, agravios y fastidios) en justa proporción con el disolvente (esto es, el amor mutuo). En lo posible compense los vertidos el contaminador en vez de exigirle al perjudicado que ame más.
  • Para 2: Yo soy yo, tú eres tú, él es él, etcétera.
  • Para 3: Se admiten sugerencias. Que el rinoceronte brame "¡Tampoco es para tanto!" después de dar el pisotón sirve de poco.
  • Para 4: Al diablo con las buenas costumbres. Quedemos mal de todo corazón. No finjamos. Interesémonos por el otro. No asintamos con la cabeza mientras negamos con el alma. No nos marchemos ni pronto ni tarde, sino cuando sintamos que es la hora de irnos. Hablemos, hablemos, hablemos. Aprovechemos las fiestas para algo.

Ya ven, Pepa les desea hoy lo imposible. Es que, sin utopía, lo único que brilla en estas fiestas es la dulce, cálida y cansada mentira compartida.



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