Activistas de ocasión

Estamos apañados si hacemos depender de las modas la cuestión esencial, lo que vendría a ser nuestra razón de ser o el sentido que le atribuimos a nuestra existencia –en términos generales y minuto a minuto–. Y lo hacemos cada vez con más frecuencia.

Para mi perplejidad, en los últimos tiempos he visto a indiferentes de toda la vida –personas que consideraban, sin importar la abundancia objetiva en la que nadasen, que la supervivencia material de su clan era ya un propósito lo bastante arduo como para andar preocupándose de otras menudencias– temblar y delirar entre fiebres activistas multiformes. De entrada, claro, me entraron ganas de celebrar su transformación, su flamante incorporación a las filas de la conciencia social y de la acción colectiva. ¡Que buena falta nos hace! Pero no me duró mucho. Llámenme aguafiestas.

Porque hay cosas que no prosperan saludablemente en según qué contextos. La misión que cada quien se impone a partir de un impulso interior y de una reflexión coherente es una de las principales. La mayor parte de este activismo súbito ha nacido de semillas transgénicas en estrictas condiciones de invernadero. El neoactivista, agitado por el entusiasmo de su inesperado reverdecimiento, ignora que son otros quienes lo han hecho crecer a toda prisa como un mero producto de temporada.

El orden establecido se preserva a sí mismo mediante una canalización estratégica de la frustración de los individuos: ¿qué mejor campaña preventiva que la de hacerles creer que sus acciones simbólicas y sus eslóganes a voz en cuello están a punto de cambiar las cosas? Siempre a punto. Durante tanto tiempo como haga falta hasta que las aguas enturbiadas se calmen. Ha leído bien, activista de nuevo cuño: su pasión encendida no es, como usted creía, benéfica y auténtica. Podría serlo, si la hace consecuente, meditada y sostenida en el tiempo. Por ahora, la aviva a discreción un fuelle ajeno, cuyos intereses no se corresponden necesariamente con los de la humanidad, ni quizá con los de usted.

Le echan leña a su fuego de tantos modos que difícilmente cabrían aquí. Mecanismos de propaganda. Publicidad y mercadotecnia aplicadas a la ideología. Extorsión emocional a gran escala. Apropiación indebida del alma. Los diablos de hoy no necesitan comprarle el alma a nadie: ¡es tan rentable tenerla en usufructo!

Tal vez sea apocalíptica, pero sólo moderadamente. No les he contado nada que no supiesen. La dificultad estriba en aplicarse el cuento. En ver que cuando decimos: "Los Otros están Manipulados por Idearios Perversos", ese "Los Otros" lo contiene y refleja también a usted. A mí.


 Foto: Spencer Tunick


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