El humanóculo
HUMANO: Tengo entendido que
ofrecen artículos ópticos.
OPTOMETRISTA: Así es, señor.
H: Me han recomendado sus
servicios como especialistas sin rival en la materia.
O: Tratamos de mejorar día tras
día. Fabricación y venta. De toda clase y graduación. Modelos estándar o a
medida.
H: Aun así, lo que yo busco
quizá les suene raro…
O: Usted dirá.
H: Ni siquiera sé si una cosa
así existe…
O: En ese caso, podemos inventárselo.
H: ¿De veras? ¡No sabe el peso
que me quita de encima! Había pensado en una estructura metálica, tiene que ser
ligera, que se acoplase al rostro, a lo mejor apoyándose en la nariz, aún no
estoy seguro, ¿me deja un lapicero y un papel? ¿Lo ve? Dos soportes ovalados
que sujeten delante de los ojos las lentes, y algo, ¿unas varillas?, que
afirmen el conjunto detrás de las orejas. ¿Pueden hacerlo?
O: ¿Unas gafas?
H: ¡Oh! ¿Eso le parecen? ¿Unas simples
gafas? Vaya, tampoco son ustedes los expertos que yo necesito. Lamento haberle
hecho perder el tiempo. Buenos días.
O: Espere, ¿a usted no le
parecen unas gafas?
H: Remotamente, tal vez. ¡Aunque
su utilidad es tan distinta! ¿Cómo confundir unas con otro?
O: ¿De qué se trata, entonces?
H: De un humanóculo.
O: Eso no existe.
H: Decía que podían
inventármelo…
O: Por supuesto que podemos.
H: No me ha dado esa
sensación.
O: Olvidemos los aspectos
formales; explíqueme mejor qué función debe cumplir.
H: El humanóculo sirve para ver.
O: No se lo tome a mal, cada
artilugio que ocupa los estantes de esta tienda sirve para ver: las estrellas,
las bacterias, las huestes enemigas avanzando por el campo de batalla, el
sigiloso depredador nocturno…
H: Éste sirve para advertir lo que ya
no somos capaces de percibir sin ayuda.
O: Cosa que, y no se ofenda, nos
remitiría de nuevo a unos binóculos, concebidos precisamente para ver aquello
que los defectos de la propia visión pasan por alto.
H: Sus binóculos aumentan la
nitidez de los contornos y la intensidad de los colores.
O: Desde luego.
H: Mi humanóculo revelará la calidad humana del hombre o la mujer que
esté frente a nosotros.
O: ¿Disculpe?
H: A mí no me interesan las
arrugas que surcan su frente ni los padrastros alrededor de sus uñas. No quiero
tener una perspectiva hiperrealista de lo evidente, vestido o desnudo, sino acceder
a quien realmente es dentro de usted –lo muestre o no, quiéralo o trate de
evitarlo–. Verlo de veras y poder relacionarme con ese usted que es usted de
verdad.
O: ¿Conmigo?
H: Con usted, es un decir. Con cada
usted con quien vaya encontrándome a lo largo de la vida de ahora en adelante.
O: ¿Pero también conmigo?
H: También, claro. Con todos
los ustedes. Tratarlos con franqueza en vez de a tientas, ¡es tan cansado
ignorar siempre a quién le está uno hablando!, ¡no poder ver más allá de uno
mismo!
O: Entonces, ¡inventaremos el humanóculo! ¡Cuente con ello!
¡Haremos un prototipo exclusivo y luego lo patentaremos! ¡Distribuiremos
gratuitamente este artefacto de fraternidad, maravilloso y necesario! ¿Se lo
imagina? ¡La humanidad entera viéndose a sí misma, los unos descubriendo la
grandeza y el sufrimiento de los otros sin mediar palabra, sin
desconfianza ni ceguera moral!
H: Definitivamente, me he
equivocado viniendo. Si me disculpa.
O: ¿He vuelto a entenderle mal?
H: Demasiado bien, me temo. ¿Qué
mosca le ha picado? Le he encargado un humanóculo.
Uno. Para mí. Hágase otro para usted si tanto le ilusiona el artilugio. Y
punto. Quiero ver. Ver. ¿Acaso le parece igual ver que ser visto?
O: Uno. Si me permite, debo
tomarle las medidas. Seis, mire a la derecha, ocho, incline la cabeza, trece. Vuelva
dentro de una semana para la primera prueba. Tenga el resguardo de su pedido.
Que pase un buen día, caballero.
H: (Refunfuña mientras sale.) Optometristas…
Me pregunto si el humanóculo funcionaría por sí mismo o haría falta cierto entrenamiento para poder captar la calidad de las personas, y también si podría producirse un efecto placebo al usar un falso humanóculo sin saberlo.
ResponderEliminarGrandes y oportunas preguntas, Eduardo.
ResponderEliminarQuizá podrías inventarlo tú mismo...
Un abrazo.