Invectiva contra padres lacrimosos


La de padre o madre es una condición milagrosa, que de súbito convierte a quien la contrae en dechado de generosidad, abnegación y sabiduría. Hombres y mujeres comunes, lana de redil o carne de inercia, reciben –libro de familia mediante– la iluminación.

Y se vuelven heroicos, capaces de proezas inauditas. Y ven en ese empuje biológico de atender y proteger a su cría un mérito intachable, y en las acciones cotidianas que conlleva una vía de perfección y santidad. Hordas de padres y madres enarbolan la bandera de su martirio y reivindican su derecho a la beatificación.

Lo terrible de esta paternidad que se afirma acreedora de la gratitud de la humanidad en pleno es que raras veces vacilaría en extinguir la porción que se terciase de esa misma humanidad que tanto le debe si le fuese en ello la ración de dibujos animados o de postre afrutado de sus pequeñines. Ese instinto sin raciocinio –por más poderosamente que se despliegue, por más enternecedor y delicado que se muestre– es mera señal de animalidad. La anteposición de la más nimia satisfacción de los míos, de mi tribu y en definitiva mía, a la más acuciante necesidad de otros se aparece legítima a ojos de un cabeza de familia, pero resulta humanamente monstruosa.

Y esos padrecitos lacrimosos que proclaman sus hazañas en cantares de gesta olvidan que entre los cráneos de los hombres de Kibish y su propia y admirable progenie han pasado 195.000 años durante los cuales la cadena de la procreación humana jamás se ha truncado. Y obvian deliberadamente que la anticoncepción ha convertido la reproducción en una elección en buena parte del mundo. Reproducirse ya no es ineludible. Ni siquiera es obligatorio. El único deber existencial auténtico es existir.

De lo que se desprende una constatación catastrófica: proliferan cual plaga padres y madres que, habiendo escogido serlo, van salmodiando el triste relato de su aniquilación voluntaria en pro de sus hijos y exhibiendo su sacrificio como si esperasen un premio o un aplauso. ¿Qué galardón debería compensar la consagración de la propia vida a un fin que uno mismo ha elegido, como no sea el hecho de haber podido elegir y la consumación feliz de la tarea? La perfección, la heroicidad y la dedicación existen; no necesariamente se cultivan acrecentando la de por sí nutrida población mundial ni les sobrevienen al padre o a la madre en el instante gozoso de la fecundación.

Dedicado a esos otros padres y madres agradecidos, conscientes y contentos, 
que no cargan a sus hijos con el lastre de su esfuerzo ni los culpan por llevar ellos el peso.

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