¡Cáscaras!
¿Qué
nos distingue a ti o mí de las naranjas? ¿Acaso no nos cubre como a
ellas una cáscara brillante y colorida que nos enorgullece? ¿No
ignoramos como ellas lo que la piel contiene?
Somos como naranjas que se ven desde fuera y con eso se dan por satisfechas. Reivindicamos nuestra esfericidad y nuestro buen color como la manifestación más completa de nosotros mismos. Mientras, cuantos se nos acercan a su vez nos envuelven en papeles de seda, en papeles de estraza, en virutas de hierro, en mantos de rocío, en encajes ajados, en luz de luna. Cada quien nos adorna con lo que tiene a mano y se nos amontonan las capas superpuestas, las cáscaras ajenas por cuyo aspecto otros nos reconocen.
Tanto nuestros hollejos como los que nos echan encima tienen grosor diverso y aparecen más o menos adheridos al yo interior auténtico. Γνῶθι σαυτόν, conócete a ti mismo. ¿A cuál? De tantos envoltorios como te cubren, propios y extraños, ¿cuál se aproxima siquiera remotamente a quien tú eres? ¿Cómo averiguarlo, si ya sólo supones tu cáscara primera oculta tras las otras? ¿Qué hay debajo?
¿Te imaginas que fuésemos un fruto de carne blanca y translúcida, con un hueso azabache, tierno y pulido, que casi estalla de anhelo de abrirse y germinar? Cómo vamos a saberlo a ciencia cierta, tercamente enredados en nuestros mil vestidos duros, resbaladizos, opacos, desgarrados, sucios, secos, pringosos, festoneados, con escamas o con púas de erizo. Incapaces de ver, adentro o afuera.
Escondemos el sol tras un telón oscuro y negamos ‒con plena convicción‒ que exista.
Somos como naranjas que se ven desde fuera y con eso se dan por satisfechas. Reivindicamos nuestra esfericidad y nuestro buen color como la manifestación más completa de nosotros mismos. Mientras, cuantos se nos acercan a su vez nos envuelven en papeles de seda, en papeles de estraza, en virutas de hierro, en mantos de rocío, en encajes ajados, en luz de luna. Cada quien nos adorna con lo que tiene a mano y se nos amontonan las capas superpuestas, las cáscaras ajenas por cuyo aspecto otros nos reconocen.
Tanto nuestros hollejos como los que nos echan encima tienen grosor diverso y aparecen más o menos adheridos al yo interior auténtico. Γνῶθι σαυτόν, conócete a ti mismo. ¿A cuál? De tantos envoltorios como te cubren, propios y extraños, ¿cuál se aproxima siquiera remotamente a quien tú eres? ¿Cómo averiguarlo, si ya sólo supones tu cáscara primera oculta tras las otras? ¿Qué hay debajo?
¿Te imaginas que fuésemos un fruto de carne blanca y translúcida, con un hueso azabache, tierno y pulido, que casi estalla de anhelo de abrirse y germinar? Cómo vamos a saberlo a ciencia cierta, tercamente enredados en nuestros mil vestidos duros, resbaladizos, opacos, desgarrados, sucios, secos, pringosos, festoneados, con escamas o con púas de erizo. Incapaces de ver, adentro o afuera.
Escondemos el sol tras un telón oscuro y negamos ‒con plena convicción‒ que exista.

Comentarios
Publicar un comentario