La elección
El cocodrilo, los ojos anegados en llanto, espera abajo con las fauces convenientemente descerrajadas. Muchas veces le han reprochado sus lágrimas hipócritas, y no son tales: instintivas, si acaso, mera fisiología, automatismo carente por tanto de insinceridad. También abre la boca con voracidad, sin que haya en ello sombra de gula: es la pura supervivencia velando por sí misma. Llora y desgarra la carne de sus presas porque no puede evitarlo. Donde escribo cocodrilo insaciable, léase pena.
En lo alto, sujeto no se sabe de qué gancho ni techo, afirmado en la bóveda celeste, al hombre se le ofrece un trapecio en movimiento. Se balancea como un péndulo ingrávido. A su paso por la vertical se le acerca tanto que bastaría que alzase los brazos para rozarlo con la punta de los dedos. De ahí a cerrar la mano alrededor de la barra y encontrarse volando por encima de árboles y montes sólo mediaría un suspiro. El trapecio lo elevaría sin requerirle más esfuerzo o trabajos que los que ya se habría tomado: mirar arriba y desear elevarse. Donde escribo trapecio léase gozo y amor, léanse los asideros del alma. Y donde escribo vuelo, léase vida.
Hay elección: trapecio o cocodrilo. A menudo resulta más ardua de lo que aquí parece. ¿Cuántas veces se inmolarán los hombres a ese cocodrilo de la conmiseración de sí mismos y de la tristeza que no admite consuelo? ¿Cuántos vaivenes describirá el trapecio antes de que se decidan a agarrarlo?


'señoras y señores
ResponderEliminara elegir
a elegir de qué lado
ponen el pie.'
No tiene pérdida:
ResponderEliminarsiempre con la maravilla del hombre,
plantando cara a los desmaravilladores.