La decisión

Quiso saber más. Saber de veras. No enterarse de esto o de aquello, sino acceder a un conocimiento más amplio y más profundo.

Y conversó, observó, leyó, estudió, caminó largamente. Aprendió y aprendió, pero aún no sabía.

Soñó con una fundición. Se asomaba a un pozo de hierro encendido que borboteaba. El forjador, tiznado hasta el blanco de los ojos, lo apremiaba: "¿Qué se hace con esto? ¿Puente o baluarte?". Se impacientaba, sudaban ambos, y él no comprendía por qué habría de corresponderle esa decisión. El otro despejó sus dudas: "Lo que hierve ahí abajo es la ciencia de la que ha estado haciendo usted acopio. ¿Para qué? ¿Para tender un puente o para levantar un bastión? Elija a conciencia lo que más le conviene, que el material es recio y lo que con él forje durará siglos", y se secó la frente con el antebrazo; tenía la tez pálida de los muertos en vida.

Antes de contestarle, se despertó resuelto. Entonces supo.



Comentarios

  1. Me encantan los finales abiertos porque el lector decide.Yo prefiero los puentes que acercan y dan lugar a conocer lo distinto. La magia de la vida es eso. Saludos.

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  2. También yo los prefiero, María José, pero ¿quién no se ha sentido alguna vez tentado de resguardarse de los demás?

    Un abrazo.

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