Mr. Hyde y la calma chicha

¡Ay de los heterónimos! ¡Ay de esas identidades alternativas con las que se revisten o en las que se sumergen los artistas! Su manifestación y hasta su mismísima existencia están inextricablemente sujetas a las vicisitudes biográficas del hombre o la mujer que los acogen. 
 
La agenda del hospedero y la del huésped son incompatibles de facto. Mientras el uno dicta una conferencia en el Círculo de Amigos de los Verbos Intransitivos, el otro deberá conformarse con permanecer confinado en la recámara del inconsciente. A lo sumo, podrá asistir al acto sin que para ello haga falta reservarle una silla. Luego, cuando el relegado se enseñoree de la casa, el dueño tendrá que aceptar que es hora de apartarse a reposar apaciblemente en la cocina y de permitir que su álter ego dé rienda suelta a la expresión abstracta y poética, y hasta que salpique de lágrimas o sangre las paredes de aposentos y pasillos. Y así, ora el creador, ora la presencia que lo habita, tomarán o dejarán la palabra y el protagonismo, obligados a concertarse por las buenas o por las malas.

Pues en semejante trance ha estado esta servidora: Pepa amordazada, Pepa apaleada. Pepa abandonada, en fin, en tanto que doña Ruth andaba atareada en extremo, volcada en la elaboración de artículos sobre teatro recién publicados o de aparición inminente, en la redacción de los proyectos de sendas puestas en escena y muy especialmente en los ensayos y la presentación de la lectura dramatizada de su texto “Cinc vares de terra”. ¡Como unas castañuelas, estaba la señora! ¡Y estas uñas mías, palideciendo de inactividad!

Me he consolado encomendándome a Mr. Hyde, patrón de los desdoblamientos, que sufrió cautiverio hasta que aquella bendita poción le franqueó las puertas. ¡Sean pues el verano y la calma chicha teatral mis heroicos libertadores! Señoras y señores, enteros o fragmentados: ¡Pepa ha vuelto!


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