La sopa de ajo

No sólo de literatura vive Pepa. También se pirra por los libros de divulgación, como ya ha confesado sin pudor en otras ocasiones. En la biblioteca municipal, revolotea de estante en estante, y a menudo se lleva un par de tochos de teoría literaria en una mano y, como contrapeso, en la otra sujeta dos de bricolaje, costura, neurología, cocina, física cuántica… 

Los primeros se los lee a buchecitos, estudiándolos y rebatiéndolos, paladeando y ponderando cada reflexión, tomando nerviosos apuntes que contrasta con notas procedentes de volúmenes anteriores. Los segundos, en cambio, se los toma como unas vacaciones con todos los gastos pagados a los países remotos y pintorescos de la Broca, del Percal, de las Neuronas Espejo –frondosas islas tropicales rodeadas de aguas transparentes–, del Punto de Nieve, de la Incertidumbre.

El último territorio que ha explorado es el de la Lentitud, de la mano de un librito superventas en sintonía con el movimiento Slow: La lentitud como método, de Carl Honoré. Pero cuando repasa las fotografías de su viaje, encuentra en ellas un simple elogio al sentido común: el método consiste en pensar tan detenidamente como sea necesario para actuar luego de forma resuelta. Ni más ni menos que vestirse despacio, sobre todo cuando se tiene prisa. A lo mejor el autor se limita a explicar el secreto de la sopa de ajo… y aun así ¿cuántos de ustedes la guisan habitualmente?