El acuerdo

Sólo quería ponerse de acuerdo. Con cualquiera y sobre lo que fuese. Gozar de ese mirarse dos personas a los ojos, de ese asentir a un tiempo, de ese apretón de manos. Vibrar de aprobación interior sin reservas. Exultar de inmensa satisfacción compartida. 

Precisamente ese natural generoso –su inclinación a acceder enseguida en todo punto, su predisposición ingenua al “sí” común– lo volvió presa fácil para depredadores de afectos y creencias. ¡Topó con tantos hombrecillos en los que palpitaba un césar arrogante o un napoleón o un torquemada en ciernes! Todos aprovechaban su ferviente deseo de coincidir al fin, de un día poder reconocerse en otro, para moldearlo en formas inicuas: lo persuadían de apoyar causas atroces, comprometerse a ejecutar actos inmundos, jalear entusiasta a bárbaros y a monstruos. A cambio, ni siquiera le brindaban una triste palmadita en el hombro. Y año tras año andaba él más encogido, más enfrentado con la vida misma, más alejado de su intención primera. 

Daban ganas de reprocharle algo, pero ¿qué? ¿Su tozudez? ¿Su pusilanimidad? ¿Su ignorancia? Quizá su confusión. ¡Ojalá hubiese querido ponerse de acuerdo sobre algo concreto y valioso, algo que mereciese sus esfuerzos, palabras y entusiasmo! ¡Ojalá hubiese sostenido esa visión clara sobre qué importaba y hubiese esperado pacientemente la llegada de quien también lo viese!




Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Ganar

Los podadores insulsos

Sigue la pista de 'Las uñas negras'