Los desechos del provecho
Esto no es un panfleto contestatario, ni un lamento lacrimoso.
Es una constatación. La cultura ha dejado de ser un fin en sí misma. El teatro
o la literatura han quedado relegados al sótano de los trastos viejos, el único
lugar que puede reservarles una época que no conoce otro motor que la utilidad
ni se mueve a otro compás que el de la productividad y el rendimiento.
Muchas bibliotecas programan actividades ajenas a la lectura misma, talleres de entretenimiento con que atraer y divertir a los participantes, y pierden de vista que están lanzándoles un mensaje poderoso: “Leer es la parte aburrida e inservible de nuestra oferta. Lo sentimos. He aquí nuestra voluntad de compensaros”. Y la literatura va empequeñeciéndose en su estima, cada vez más polvorienta y trabajosa, mientras se magnifican ocupaciones no necesariamente literarias, como las manualidades, la vida familiar o la confección del currículo: actividades de provecho.
Lo mismo, punto por punto, sucede en los teatros, con una salvedad: algunos teatros realmente necesitan la taquilla y en virtud de esa necesidad desfiguran su criterio artístico en un intento desesperado de convocar multitudes. Ponen toda su fe en las variedades o en las comedias de brocha gorda o en el reclamo del actor televisivo. El tópico que opone cultura a sustento –el coco con que la gente decente amenaza a los creadores– se adueña de la escena, bajo la falaz deducción de que, a menos cultura, más sustento. Pero no. El teatro también ha caído en el saco de lo inútil y de nada sirve despachurrarlo y corromperlo. Menos y menos cultura, y el mismo escaso sustento.
Lo útil pasa, siempre sujeto a que lo sustituya algo aún más útil tarde o temprano. En nuestros días, cada vez más temprano. Lo esencial permanece –esto es, si antes no se extingue–. La cultura es parte esencial del hombre. Desasistirla es amputárnosla.
Muchas bibliotecas programan actividades ajenas a la lectura misma, talleres de entretenimiento con que atraer y divertir a los participantes, y pierden de vista que están lanzándoles un mensaje poderoso: “Leer es la parte aburrida e inservible de nuestra oferta. Lo sentimos. He aquí nuestra voluntad de compensaros”. Y la literatura va empequeñeciéndose en su estima, cada vez más polvorienta y trabajosa, mientras se magnifican ocupaciones no necesariamente literarias, como las manualidades, la vida familiar o la confección del currículo: actividades de provecho.
Lo mismo, punto por punto, sucede en los teatros, con una salvedad: algunos teatros realmente necesitan la taquilla y en virtud de esa necesidad desfiguran su criterio artístico en un intento desesperado de convocar multitudes. Ponen toda su fe en las variedades o en las comedias de brocha gorda o en el reclamo del actor televisivo. El tópico que opone cultura a sustento –el coco con que la gente decente amenaza a los creadores– se adueña de la escena, bajo la falaz deducción de que, a menos cultura, más sustento. Pero no. El teatro también ha caído en el saco de lo inútil y de nada sirve despachurrarlo y corromperlo. Menos y menos cultura, y el mismo escaso sustento.
Lo útil pasa, siempre sujeto a que lo sustituya algo aún más útil tarde o temprano. En nuestros días, cada vez más temprano. Lo esencial permanece –esto es, si antes no se extingue–. La cultura es parte esencial del hombre. Desasistirla es amputárnosla.

estamos en una epoca d oscurantismo al estilo medieval,no le interesa al sistema q
ResponderEliminarpensemos,ni q entendamos el engranaje..sólo q lo alimentemos ciegamente..hay un documental q lo describe claramente: 'zeitgeist'..son malos tiempos para la lírica,pero aun así,sigamos tú escribiendo,y yo leyendo :)
bns noches
Así encendemos juntas nuestra pequeña llama de luz contra el oscurantismo. Feliz semana.
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