Dolor y propósito
No tendría más de cuatro años
cuando J., D. y S. me descubrieron los regalos de los Reyes Magos, envueltos y
escondidos debajo de una cama.
Por su parte, C. creyó en zapatos lustrados y en leche con galletas hasta casi los ocho.
A él le dolió el engaño. A mí, la evidencia. Será por eso que, con la escritura, C. se obceca en descorrer los raídos cortinajes de la realidad en carne viva, mientras que yo me empecino en velar sutilmente de belleza y grandeza la vida.
Por su parte, C. creyó en zapatos lustrados y en leche con galletas hasta casi los ocho.
A él le dolió el engaño. A mí, la evidencia. Será por eso que, con la escritura, C. se obceca en descorrer los raídos cortinajes de la realidad en carne viva, mientras que yo me empecino en velar sutilmente de belleza y grandeza la vida.

Que belleza tienen tus palabras que conmueven y que desgarro tus piezas de teatro. Que dejan la boca seca
ResponderEliminarGracias por leerlas, gracias por entenderlas y gracias por sentirlas -aunque algunas duelan-. Sí, la vida a ratos deja la boca seca. Otras veces nos trae el agua a mares. Una cosa debe ir por la otra, ¿no crees?
ResponderEliminarJoder, qué bueno, acabo de descubrir que yo soy como C, igualito. A mis alumnos les pregunto a veces: "¿qué queréis, ser felices o sabios?". Claro, luego ellos se toman la revancha cada día. Pero tú lo cuentas de una forma tan suave que no hace daño, sino lo contrario. Menos mal...
ResponderEliminarGracias por leer y comentar, Miguel Ángel.
ResponderEliminarSigamos: tú y C., tratando de desvelar lo ignorado; y yo, de acceder a lo misteriosamente oculto para hacerlo emerger.
Un abrazo.