La expedición de Flauberta

Para mejor aprovechar mi estancia, dedico una parte del tiempo a ampliar mi Colección de Hojarasca. La empecé años atrás como un herbario al uso, con sus hojas prensadas y clasificadas, pero a estas alturas más bien parece un jaleo vegetal y promiscuo.

Al desorden contribuyó especialmente el hecho de que yo no distingo un algarrobo loco de una higuera infernal, así que establezco las categorías taxonómicas según cuestiones no universales, aunque tan primordiales para mí como lo es para un botánico el nombre en latín de cada planta: qué tiempo hace cuando encuentro una hoja, cómo me siento, quién me acompaña o en quién pienso, qué libro leo ese día preciso.

Hoy he recogido hojas de extrarradio. He andado por caminos escondidos y rincones sin urbanizar de las ciudades dormitorio y los arrabales. He recorrido en expedición solitaria esos caminos casi abandonados que quizá hayan visto, fijándose mucho, desde las autopistas o las vías de los trenes.

De tanto viajar en cuatricicleta –y de tanto perderme y pedalear en balde– he aprendido a orientarme con la nariz: huelo a bastante distancia la tierra y el verdín, las cañas, la maleza, las piedras y los troncos, los huertos apartados, la ausencia de motores. Sigo sin vacilar el rastro de arroyos, torrenteras y acequias.

Canto y bailo en los bosques, frente a su profusión de hojas variopintas. Pero guardo silencio en las ciudades, ante los pocos y ocultos árboles libres: los que no están plantados en un ridículo recuadro de tierra que se recorta en el cemento; los que crecen en solares, parcelas y caminillos olvidados, allí donde nadie ha tenido todavía la inclinación de talar y asfaltar y edificar. Callo y escojo una hoja que dé fe de que ese árbol resistente y anónimo existe aún. Que existe.



Comentarios

  1. esos caminitos q t sacan d la ciudad,y t llevan al campo,son las mejores rutas q puede seguir el olfato :)

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