La mujer barbuda
La mujer barbuda no lo tiene fácil. Su rareza queda a la vista de todos, como un estigma evidente, como una monstruosidad inocultable. ¿Quién la desposará? ¿Quién la tratará siquiera con respeto? ¿Quién le ofrecerá un empleo, aun en tiempos de supuesta bonanza? La mujer barbuda, harta de saberse escrutada por el rabillo del ojo, soltera y atropellada, en paro y sin subsidio, deja la calle de la amargura y se lanza a la plaza pública. Se monta una tarimita con cuatro tablones y anuncia a gritos su presencia: "¡La mujer barbuda, la mujer barbuda! ¡Niños, venid a tirarle de la barba! ¡Señoras, vengan a lamentar su adversa suerte! ¡Señores, vengan a revolverse en su silla, deseando ver lo que esconde debajo de la falda!". La mujer barbuda convoca multitudes. Les canta "Mi barba tiene tres pelos". O anima a las jovencitas piadosas a que la peinen con mimo. Si en el pueblo está establecido algún barbero que se precie de apurar el afeitado, se deja rasurar por él
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