Amarres
Fotografía de Salva Artesero
Te inventaste meses atrás una modesta utopía que bautizaste como "Teatro de piedra". La simiente de su existencia, como la de tantas otras fantasías felices, era una tristeza densa. Habías concluido la lectura de Cartas del verano de 1926 y te partía el corazón comprobar –una vez más– cómo miseria y creación vienen dándose de la mano desde que el mundo es mundo. Cómo la vida es prosa y a veces prosa mala, de manual de mecánica o de libro de autoayuda.
Habrá
quien no se duela de que la vida esté tan mal escrita, pero a ti esa tosquedad se
te clava debajo de las uñas. Se te desmenuza en astillas aguzadas esta vida con
faltas de ortografía, incoherencias sintácticas y semánticas, errores de
puntuación. La penuria no es sino un borrón, aunque pesa como una piedra
atada al cuello; como ella, arrastra y hunde. Más aún, la miseria le impone a
quien la padece una inmovilidad de reo, reteniéndolo mientras azuza al tiempo
para que se le escurra entre los dedos: así, al pobre se le instalan –en la casa
y en los huesos– la enfermedad, la vejez y la muerte mucho antes de que la
prosperidad haya esbozado la más tímida sonrisa. De igual modo, los creadores flacos
dilapidan contra su voluntad buena parte de sus fuerzas manoteando y pataleando
para que la corriente adversa no se los trague. Se mueren exhaustos con lo mejor de
su obra aún por hacer.
La
utopía, fiel a su naturaleza, debe seguir siéndolo. Pero te has acercado un
paso hacia su realización: has inaugurado TEATRO DE PIEDRA, un sencillo
espacio virtual de intercambio de recursos entre creadores y no creadores. Un
minúsculo grano de arena para propiciar que esas obras que tantas veces penden
de un hilo frágil dispongan de cordones, cadenetas, cordeles, cuerdas y vetas
con que cobrar amarre.

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