Lágrimas
Poco
faltaba para las lágrimas de San Lorenzo cuando se llenó el pueblo de lágrimas
de Moisés: tres semanas antes de la lluvia de estrellas, lo que empezó a
precipitarse copiosamente fueron las piedras. El acuciante calor diurno debía haber
dilatado las fachadas vetustas durante una semana entera, mientras que la noche
templada las habría devuelto a su estado corriente, desinflamándolas. Semejante
trajín agravó las grietas viejas de siglos y caían ya a peso, como fruta en
sazón, pedazos prominentes de gárgolas, remates, azulejos, travesaños, bajorrelieves...
Culpa
de la canícula, o eso creímos entonces. Jornada tras jornada, abultados trozos
de mampostería sembraban indefectiblemente una u otra calleja. Los agentes del orden
señalaban con una cinta de plástico la casa, para que en adelante los vecinos
pudiesen apartarse, cambiando de acera, del peligro probado. Pronto llovieron
piedras en las calles principales, y la cinta con que se marcaban los edificios
amenazadores pasó a ser más ancha y de un color vistoso. La calamidad tomó
también las plazas y la autoridad competente compró un bote de pintura reflectante
para dibujar un signo de exclamación en las puertas que vinieran al caso.
Nadie hablaba de los descalabrados, vivos o muertos, y aún menos de las reparaciones, que se entendían como un mal necesario a largo plazo, que había que postergar tanto como se tuviesen en pie aquellas fachadas, por mermadas que estuviesen. Tácitamente, todos lo aceptamos.
Para cuando las Perseidas, los pocos habitantes que todavía coleábamos vimos caer las estrellas a la intemperie, entre los escombros de un pueblo imperturbablemente venido abajo. Ni siquiera pedimos un deseo. Aquí las cosas se aceptan como llegan, y bien tenía que empezar por algún sitio el fin del mundo.
Nadie hablaba de los descalabrados, vivos o muertos, y aún menos de las reparaciones, que se entendían como un mal necesario a largo plazo, que había que postergar tanto como se tuviesen en pie aquellas fachadas, por mermadas que estuviesen. Tácitamente, todos lo aceptamos.
Para cuando las Perseidas, los pocos habitantes que todavía coleábamos vimos caer las estrellas a la intemperie, entre los escombros de un pueblo imperturbablemente venido abajo. Ni siquiera pedimos un deseo. Aquí las cosas se aceptan como llegan, y bien tenía que empezar por algún sitio el fin del mundo.

"No hi ha res de tan malvat, salvatge i cruel a la natura com la persona normal."
ResponderEliminarHermann Hesse
Res de res, Harry. Ho demostren, incansables, cada dia.
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