El mosaico de una pieza

El mundo está cuajado de rincones y gentes que nos son ajenos. No hablo de lugares pintorescos y remotos, ni de personas con las que jamás vamos a tener el gusto o la desgracia de topar, sino de cuartitos a pie de nuestra calle, con visillos finísimos, y hombres y mujeres a pleno sol que nuestro ojo se resiste a ver.

Ya sea por una caprichosa desatención de niños malcriados, ya sea por desinterés, o miedo, o prisa, hay cada vez más mundos, Horacio, de los que sospecha nuestra filosofía. Vertiginosamente, se expanden aquellos y se nos estrecha ésta.

Y cada vez estamos más fragmentados, divididos, reducidos a piezas de Lego o a detalles de pintura cubista. Somos teselas microscópicas del mosaico global. Así que en este mundo troceado, hecho picadillo, no sabe uno cómo comprender cabalmente la vida, ni entera ni a cachos. No sabe uno cómo vislumbrar que la vida es la única realidad absoluta, y que encima es pasajera.
 
Por eso, cuanto más follón arman los gritos inconexos de la publicidad hoy que el Tener se ha convertido definitivamente en la religión mayoritaria, oscurantista e inquisitorial más falta hace una disidencia queda y tenaz: la de los escritores, que se aferran a las palabras, infalibles aglutinadoras de realidades, y que construyen con ellas obras complejas, honestas, indudables y valientes.



Los relatos autobiográficos Un altar per la mare de Ferdinando Camon1 y Estimada Vida de Alice Munro2 descorren aquel visillo y nos invitan a penetrar en dos hogares antiguos, donde el mundo era múltiple pero compacto, donde las personas abrazaban con la misma entereza el gozo y la desgracia. Constituyen dos ocasiones impagables de contemplar el mosaico de la vida de una pieza, en toda su belleza y tosquedad.




1. Trad. de Miquel Izquierdo, Editorial Minúscula, 2013.
2. Trad. de Dolors Udina, Club Editor 1984, 2013. 
Es autobiográfica la unidad final, formada por cuatro narraciones. 
La limpieza y la expresividad de la traducción al catalán son exquisitas.

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