Magro y las escritoras ágrafas (I)

El comisario Magro no era hombre inclinado a alertar a todas las unidades al menor contratiempo. Ante las más pavorosas escenas del crimen, él se limitaba a desatar el lacito primoroso que remataba las bolsas de barquillos, carquiñoles o peladillas que solía llevar consigo y a comerse dos o tres para distraer el susto.

Por eso, a pesar de la mala espina que enseguida le dio aquel piso cerrado al que le había traído, literalmente, su olfato, ni se le pasó por la cabeza llamar pidiendo refuerzos. Se sacó del bolsillo la cucharilla antigua que usaba para rebañar el papel rizado de los merengues y forzó, con su mango finísimo, la cerradura.

La gran puerta cedió y el hedor, que Magro ya había adivinado mientras descendía pesadamente por la suntuosa escalera del edificio donde recibía el notario Hinojosa-Cabestrillo, inundó el elegante rellano alfombrado. La hoja de madera maciza labrada con motivos florales avanzaba con dificultad, y quedó atascada sin haberse abierto por completo. Como buenamente pudo, apretándose la barriga con las manos hasta caber por aquella pobre abertura, Julio Magro se introdujo en el vestíbulo apestoso.

Ni siquiera necesitó encender la luz para hacerse cargo de la situación. Le pareció lo bastante grave como para subir nuevamente al despacho notarial y alertar a todas las unidades. Mientras sus hombres llegaban hasta aquella finca ajardinada aparentemente pacífica situada en un pasaje privado de la zona alta de la ciudad, le aceptó a la secretaria de Hinojosa o de alguno de sus tres hijos una taza de café y desató el lazo de la bolsa de barquillos, carquiñoles o peladillas. Se comió más de cinco.

Comentarios

  1. la cucharilla antiquisima para rebañar los papeles rizados..q visual..me ha recordado la película 'el crack'

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  2. ¡Anda, ilsetowanda, lo que me gustan tus recomendaciones y referencias cinematográficas!

    Un fuerte abrazo.

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