Los Goya, el fútbol, la lectura y la muerte

En esta ocasión, la inefable Pepa se apresta a servirles un batiburrillo. Tales son la variabilidad de su ánimo presente y el frenesí de esta actualidad que se empuja incansablemente a sí misma, que Pepa se ve impelida a ofrecerles esta sucesión de fogonazos de realidad en vez de una de sus habituales reflexiones con voluntad esclarecedora. Hoy la ráfaga sustituye al anhelo de iluminación. Qué chasco literario. O qué descubrimiento. Ustedes, que la conocen bien, sabrán agradecerle este esfuerzo de concisión extrema que, aunque rozará lo superficial, recogerá fielmente la variedad de la vida.

Foto: Bas Silderhuis. [Procedente de la revista digital Interempresas

1. De los campos de fútbol, me gusta el césped segado a franjas. Hay jardineros que lo siegan a cuadros, cruzando el terreno de juego al volante de su cortacésped motorizado, primero a lo largo y luego a lo ancho. Yo lo prefiero sólo a franjas paralelas a la línea de fondo. Franjas gruesas como gigantescos renglones en los que los futbolistas escribirán con los pies. Hay escritores que temen la página en blanco, y se acostumbran a cuadernos de dos rayas o de papel milimetrado. De ser futbolista, yo temería el campo verde verde verde, y mis botas reirían a carcajadas saltarinas cuando pisase un campo rayado.

2. Del discurso de Candela Peña en agradecimiento por el Goya a la mejor actriz de reparto, me gustaron la entereza y la verdad a palo seco. Hay directores de hospitales públicos que se afanan a puntualizar pequeñeces y creen haber desmentido así la gravedad del asunto. En el hospital que conocí bien tampoco había más agua para cada paciente que la que traía el vaso que acompañaba las comidas. Y si el médico le prescribía con viveza a uno que bebiese mucho, para eso estaban las máquinas expendedoras delante de los ascensores.

3. De las familias que velan en una sala de tanatorio, me gusta la aceptación de ese dolor frente al que están desvalidos y la confianza en que el tiempo quizá no cure, pero atenuará la intensidad insoportable de la pena. Habrá quienes chillen y den tumbos y fumen enfebrecidos a la puerta del velatorio, pero yo elogio a los que han vivido y sufrido lo suficiente para saber encajar con dignidad lo inevitable. No canto aquí la resignación cristiana –al cuerno, la resignación cristiana– sino la paciencia sabia. Necesitamos todas nuestras fuerzas para oponernos a lo que nos infligen injustamente, a lo evitable, a la negociación de lo innegociable. 

4. De la lectura, me gusta todo. Hay quien no tiene tiempo. Son los mismos que detestan las franjas en la hierba, que niegan el agua al sediento, que jamás han padecido una pérdida auténtica. ¡Que les zurzan! En este mismo instante, ¡oh, maravilla!, Pepa se despide de ustedes y se lanza a leer sin red.

Comentarios

  1. ¡Excelente batiburrillo, querida Pepa!

    A los que tenemos tiempo, no nos importa leer sus estupendas reflexiones.

    Un abrazo,

    Fede G.

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  2. Gracias por sus atenciones, Fede.

    ¿Qué mejor manera de disfrutar del lento paso del tiempo que leer?

    Un abrazo.

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