Vanidades y alegría

Hay mozas lozanas que interpretan cualquier sonrisa que se les dirija como la prueba fehaciente del interés, del deseo, de la pasión arrebatada que despiertan a su paso. Ni se les ocurre que alguien pueda tener más razón para sonreírles que el hambre feroz de poseerlas. ¡Qué vanidad ingenua!

Hay señores apergaminados que interpretan cualquier palabra amable que se les dirija como la prueba fehaciente del interés, de la admiración, de la necesidad de ayuda urgente que desatan a su paso. Ni se les ocurre que alguien pueda tener más razón para tratarlos con amabilidad que la voracidad insaciable de aprovecharse de ellos. ¡Qué vanidad perversa!

Hay gente tozuda que cree que la alegría hace el mundo más fértil y habitable, y que la lucidez no tiene por qué traducirse en arrogancia, ni en desprecio, ni en existencialismo, ni en mala educación. Ni se les ocurre que alguien pueda tener razón para interpretar su amabilidad y su sonrisa como sucio interés. Si se interesan por otra persona, lo hacen propiamente en ella -aunque sea una moza lozana, aunque sea un señor apergaminado- y no en el beneficio que su trato pueda acarrearles. ¡Qué vanidad menguante!

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