La escritura salina

Usamos la escritura como método para preservar una idea, una imagen, una emoción, un pálpito, una invención, una porción de vida. Usamos la escritura para guardar en conserva lo efímero y compartirlo con quien aquí y ahora no imagina, intuye y siente lo mismo que nosotros. Y confiamos en que este proceso de elaboración en la cocina del pensamiento y de almacenaje en la despensa del papel le conferirá a lo escrito las cualidades de lo que reposa en adobo, curado, encurtido o escabeche. Para eso se ha usado también desde antiguo la sal, sustancia de procedencia casi mágica y poderes múltiples –ora curativos, ora devastadores–.

A esa escritura salina se acoge Eva Hibernia en su obra teatral más recientemente publicada y estrenada: laSal. El volumen –que contiene el texto original en castellano y su traducción al catalán, y que inaugura la colección Teatre Expres de la editorial Anna B’Koaj– se presentó el 19 de noviembre en la sede barcelonesa de la SGAE. El espectáculo –a partir de la versión en catalán, dirigido por Cristina Lügstenmann e interpretado por Montse Alcoverro, Ferran Lahoz y Joan Sureda– se representó en Fabra i Coats el 29 y el 30 de noviembre.


La pieza escrita destaca por la profunda sutileza con que se adentra en los distintos niveles del ser: así, cada personaje se nos muestra a través de lo que ha vivido, de lo que está viviendo –fruto de ese pasado–, de lo que teme y de lo que desea. Además, el supuesto presente de la obra es en realidad el futuro año 2023 para el lector-espectador de nuestros días. En un complejo ejercicio filosófico o en una simple pirueta poética –pues la poesía ejecuta con sencillez lo que a la razón se le presenta impracticable–, laSal nos aleja en el tiempo de la guerra de los Balcanes, motivo histórico central de la obra, para acercarnos más a ella: a su inutilidad, al dolor inextinguible de las víctimas, al vacío embrutecido de los verdugos, a las vidas robadas.

Los protagonistas de laSal sólo tienen palabras para tratar de iluminar el pozo hondo y negro que los engulle. Así, no estamos ante una obra en la que pasan cosas, sino ante personajes a los que les pasan cosas. No espere encontrar aquí el lector-espectador una sucesión de peripecias, sino el retrato poliédrico de tres personas con el alma desportillada, inevitablemente ligadas entre sí.


Àiax (Ferran Lahoz)
Fotografía de Rubén Ibarreta

A pesar de que el montaje no consigue condensar y comunicar esta complejidad en su plenitud, sí que se percibe en los monólogos de Àiax (Ferran Lahoz) y Salma (Montse Alcoverro), en las evocadoras fotografías de Carles Roig y en el uso de las sombras –amenazadoras, simbólicas– proyectándose sobre el fondo blanco o las paredes.

Comentarios

  1. gracias guapa, precioso comienzo de artículo, hermosa pluma, un abrazo

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  2. Besos salados y montañas de sal ática para nuestras prosas, peregrina.

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