Carta de disculpa
A quien pueda interesar:
Permítanme que recurra a este género en desuso, el de la carta de disculpa, para solicitar su indulgencia. ¡Ojalá tras leerla me perdonen ustedes el trato inmundo que les he dado y pueda yo así marcharme en paz y para siempre a la hora convenida!
No crean que es sencillo pedir perdón, aunque se haga por escrito. Será por eso que se ha ido perdiendo la costumbre y que en estos días cualquiera tiene los hígados de justificar sus mayores barrabasadas y de intentar que parezcan dignos sus comportamientos más execrables.
Pero quien perjudica a otro y advierte honestamente el mal que ha provocado siente una poderosa vergüenza íntima que lo lleva a enrojecer y a inclinarse ante aquél a quien ha ofendido, y siente también el deber ineluctable de resarcirlo de algún modo que no adivina. Por eso, suplicar sinceramente una dispensa a los propios yerros constituye un deber cabal y, créanme, un alivio para el alma atormentada.
Así es mi ruego, compungido y veraz. Cuando llegué aquí, no vine con vocación de destrucción, no andaban mis anhelos por tales derroteros; en eso se ha convertido, sin embargo, mi estancia entre muchos de ustedes: en ruina, en miseria, en duelo. Peor aún: en la extinción de toda su esperanza.
A mi lado, han perdido la fe en el futuro, como pierde la fe en el amor el desengañado o en la bondad el escarmentado. Les he tratado con rigor, me doy cuenta, con una inclemencia desmesurada –contraria a la clemencia que ahora pretendo de ustedes, ¡qué ironía!–. He sido vil y he sido sombrío. Y cuando he traído cosas buenas, lo he hecho con mezquindad –a uno, a otro–, mientras que he repartido injusticias copiosas entre la mayoría.
Creí poder enmendar después los daños que, imprudente, iba causando a diestro y siniestro. ¿Cuándo es después? Ya no me queda tiempo. Sólo me resta, pues, hincarme de rodillas ante ustedes, abrirles mi corazón arrepentido y confiar en que su compasión y generosidad para conmigo sean mayores que las que yo les he prodigado. Que no sean justos, sino espléndidos. Tal vez mi sucesor les corresponda con la magnanimidad y la prodigalidad que yo no he sabido brindarles.
Se despide de ustedes con todo pesar,
Permítanme que recurra a este género en desuso, el de la carta de disculpa, para solicitar su indulgencia. ¡Ojalá tras leerla me perdonen ustedes el trato inmundo que les he dado y pueda yo así marcharme en paz y para siempre a la hora convenida!
No crean que es sencillo pedir perdón, aunque se haga por escrito. Será por eso que se ha ido perdiendo la costumbre y que en estos días cualquiera tiene los hígados de justificar sus mayores barrabasadas y de intentar que parezcan dignos sus comportamientos más execrables.
Pero quien perjudica a otro y advierte honestamente el mal que ha provocado siente una poderosa vergüenza íntima que lo lleva a enrojecer y a inclinarse ante aquél a quien ha ofendido, y siente también el deber ineluctable de resarcirlo de algún modo que no adivina. Por eso, suplicar sinceramente una dispensa a los propios yerros constituye un deber cabal y, créanme, un alivio para el alma atormentada.
Así es mi ruego, compungido y veraz. Cuando llegué aquí, no vine con vocación de destrucción, no andaban mis anhelos por tales derroteros; en eso se ha convertido, sin embargo, mi estancia entre muchos de ustedes: en ruina, en miseria, en duelo. Peor aún: en la extinción de toda su esperanza.
A mi lado, han perdido la fe en el futuro, como pierde la fe en el amor el desengañado o en la bondad el escarmentado. Les he tratado con rigor, me doy cuenta, con una inclemencia desmesurada –contraria a la clemencia que ahora pretendo de ustedes, ¡qué ironía!–. He sido vil y he sido sombrío. Y cuando he traído cosas buenas, lo he hecho con mezquindad –a uno, a otro–, mientras que he repartido injusticias copiosas entre la mayoría.
Creí poder enmendar después los daños que, imprudente, iba causando a diestro y siniestro. ¿Cuándo es después? Ya no me queda tiempo. Sólo me resta, pues, hincarme de rodillas ante ustedes, abrirles mi corazón arrepentido y confiar en que su compasión y generosidad para conmigo sean mayores que las que yo les he prodigado. Que no sean justos, sino espléndidos. Tal vez mi sucesor les corresponda con la magnanimidad y la prodigalidad que yo no he sabido brindarles.
Se despide de ustedes con todo pesar,
El año 2012

Muy poco antes de llegar, he podido leer tu carta: ¡vaya cabroncete que estás hecho, con tanta labia! Has conseguido enternecer al personal muy a pesar suyo... pero ya sabes: ¡el arrepentimiento ya es transformación!
ResponderEliminarPor mi parte, no quiero hacer el mismo error, así que aviso a todo el mundo que en unas pocas horas voy a llegar y os traeré días complicados y meses durísimos; que a nadie se le ocurra sentarse en los laureles porque lo vais a tener crudo conmigo: no habrá nada regalado para los holgazanes, y prometo a los deshonestos que os voy a seguir de cerca y haré cuanto pueda para que podáis acabar presos en vuestras propias trampas. En fin, más vale que no os hagáis ilusiones: lo que vais a conseguir en mi reinado dependerá de vosotros, así que a mi no me busquéis. Mi carta de disculpa ya la tenéis, por lo que pueda servir, y ya os habréis dado cuenta que no es ni muy amable ni muy servicial. Pero, si podemos colaborar en algo, ¡aquí estoy! o mejor dicho, voy a estar, en unas pocas horas. Sólo tengo un deseo que quisiera ofreceros: si alguna vez sentís la necesidad de disculparos de algo, no esperéis al último minuto, como mi colega, para hacerlo; y con los mensajes de amor, haced lo proprio: no os los vais a quedar para cuando ya es demasiado tarde para recibirlo. Por mi parte, es lo que voy a hacer, mientras dure. ¡Os quiero!, por si no quedaba claro. ¡Nos vemos pronto!
Vuestro
2013
¡Gracias por su aviso y por su amor, señor 2013! Aquí le esperamos.
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