Obedece y calla
La compañía Cos de Lletra
estrenó “Los niños tontos” de Ana María Matute en el Círcol Maldà de
Barcelona el 5 de octubre de 2012. En 2019 recupera el espectáculo, que
llega a teatros de toda Catalunya en funciones para alumnos de
bachillerato dentro del ciclo "Teatre i Literatura".
En tiempos de Los niños tontos de Ana María Matute, se enseñaba a las criaturas a observar estricto silencio, respetuoso o atemorizado, en presencia de los adultos; se les enseñaba a no hablar si no eran preguntados; se les enseñaba a obedecer sin chistar. Luego, acogiéndose a aquello de que quien calla otorga, se confundía su forzosa mudez infantil con la ausencia de ideas, de conclusiones o de voluntad propias.
En tiempos de Los niños tontos de Ana María Matute, se enseñaba a las criaturas a observar estricto silencio, respetuoso o atemorizado, en presencia de los adultos; se les enseñaba a no hablar si no eran preguntados; se les enseñaba a obedecer sin chistar. Luego, acogiéndose a aquello de que quien calla otorga, se confundía su forzosa mudez infantil con la ausencia de ideas, de conclusiones o de voluntad propias.
Pero esos niños, aun callados,
pensaban. Sin embargo, su lógica asilvestrada los llevaba por derroteros
imprevisibles, y su imaginación maravillosamente desbocada se les presentaba a
menudo como algo más real que esa realidad circundante sobre la que no se les
consentía decir palabra. Entonces los niños condenados al silencio corrían
peligro, porque de muy poco les valía que los despiojasen, que les embutiesen un
plato de garbanzos o que les comprasen ropa usada cuando la que llevaban ya no
les dejaba respirar de tanto como les apretaba, si nadie se preocupaba de enseñarles a arrancar
de su pensamiento y de su corazón el temor oscuro, el rencor amordazado y la
desesperación secreta que iban enraizando.
Fotografía de Laura Varela Lima
Los niños con la boca cerrada a
cal y canto tarde o temprano echaban por el atajo y recurrían, en su ignorancia
ignorada por todos, a remedios que acababan siendo peores que el dolor que los
aquejaba.
Estos niños desatendidos, que pasaban
desapercibidos entre las sombras de los adultos hasta que su final trágico los
convertía en el centro de mil atenciones póstumas e inútiles, no se
extinguieron con el fin de la posguerra. Todavía en nuestro siglo, tecnológico
y democrático, los niños tontos y hambrientos se ahorcan silenciosamente con el
cable de la consola; lo hacen sin un gemido para no molestar a sus padres, que
lloran el paro o el miedo al despido a escondidas y que entierran su frustración y su vergüenza por los
rincones.
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