Running

Esta temporada lo más es el running. No diga usted que corre: ¡eso es una ordinariez de tomo y lomo! Correr lo hace cualquiera tras el autobús a las 7:24 de la mañana y no hay nada atlético en conseguir alcanzarlo, ni llegar sudadito al trabajo entraña el menor logro deportivo. Diga que practica el running y contrate a un personal trainer. Podrá participar en una ristra de competiciones y exhibir en ellas su arsenal de artefactos específicos para el running de altura: zapatillas con chip, calcetines con estimulación podal por presión alterna, mallas aerodinámicas acolchadas ultraligeras, camisetas hiperventiladoras modelo segunda piel… Antiguamente completaban el kit unas muñequeras y una diadema de rizo absorbente, pero ni se le ocurra ponérselas ahora si no quiere que los demás runners lo miren por encima del hombro mientras lo adelantan con una estudiada cadencia de zancada.

Sin embargo, la conocida carrera que organiza anualmente en Barcelona el mayor imperio de grandes almacenes españoles –que paradójicamente presume de ser anglosajón– no nace de esta reciente fiebre, pues este año cumple su trigésimo cuarta edición con una convocatoria inexplicablemente cuantiosa: por megafonía anuncian la presencia de 65.000 participantes, ¡ahí es nothing! Una vez desaparecen en el horizonte los atletas profesionales, los runners federados y los aficionados inseguros provistos de pulsómetros y pasómetros, es bello asistir al espectáculo de la multitudinaria ocupación de las calles por personas que pasean a buen ritmo y ríen y charlan y dedican la mañana a llenar las calzadas que habitualmente les están vedadas. Inexplicablemente, los agentes que velan por el curso sin incidencias de la marcha son policías municipales y no mossos antidisturbios; no tienen, pues, órdenes de intimidar a los caminantes, ni de marcarlos de cerca, ni de cargar contra ellos. Y cuesta creer que, en estos tiempos en los que la resistencia pacífica está siendo criminalizada, puedan campar por sus respetos 65.000 individuos –el número incluye cochecitos de bebé y perros de las más distintas razas provistos de sus correspondientes dorsales– por algunas de las calles más céntricas de la ciudad sin que los supuestos violentos de siempre aprovechen para sembrar el pánico material y el desorden moral, y sin que lluevan gases lacrimógenos o porrazos y pelotazos aún más lacrimógenos.

Me debato entre dos posibles respuestas: o bien los agentes desisten de antemano porque en este caso los insurrectos correrían más que ellos, o bien consideran que la marca organizadora, propiedad de gente respetable, avala con creces el carácter no contestatario de todos y cada uno de los inscritos. Así que hago la prueba y tomo parte en la carrera porque quiero ocupar la calle sin llevarme una paliza –pero lo hago sin ponerme dorsal y sin saludar a las cámaras de TV3 para no violentar demasiado mis principios–, y durante el trayecto voy cantando las mismas frases que canté cuando las manifestaciones del 15-M, del 19-J, del 15-O, de la huelga general… Ni se fijan. La respuesta acertada es la tercera: que 65.000 personas salgan hoy a correr no les asusta porque esta vez no corren contra ellos.

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