Pretérito imperfecto

Nada menos concluyente, más ambiguo o vago, que el pretérito imperfecto de un verbo transitivo. Su mera presencia convierte cualquier sencilla enunciación en un enigma. Cuenta involuntariamente mil historias, enciende mil hipótesis, despierta mil dudas.

Si alguien dijera hoy «Pepa come tortilla de patata», no sólo diría bien, sino que al oyente no le plantearía el menor dilema –más allá de si acercarse o no a mi casa para probarla–. Pero si ese alguien dijera mañana «Pepa comía tortilla de patata», al mismo oyente le resultaría imposible discernir a partir de la sola frase si es que me la he acabado toda, si es que ya no me sienta bien o si es que me he muerto esta noche de indigestión patatera. 

Lo mismo sucedería si dijera «M. limpiaba con esmero el acuario», «S. tomaba el sol mientras tendía la ropa blanca» o «T. fotografiaba el oscuro balanceo vespertino del mar». ¿Por qué M. ya no lo limpia? ¿Se le quebró el cristal? ¿O acaso ahora se ocupa del acuario otra persona? Y ¿qué le impide a S. seguir con tan placentera tarea? ¿Habrá dejado de hacer sol? ¿No quedará ropa por tender? ¿A T. se le rompió la cámara, se le pasaron las ganas, se le vació el mar?

En cambio, si alguien dice –sea hoy o mañana– «La policía ejercía violencia contra niños y jóvenes que reclamaban el cumplimiento de sus derechos en Valencia», la cosa está obscenamente clara. Tal vez esta oración, relato de un pretérito imperfecto en estado puro, constituya la excepción flagrante a la regla expuesta.

Comentarios

  1. jajaja, me encanta la reflexión y reabdominal sobre las calidades del verbo. la lástima es que ese pretérito de la última frase también es un presente continuo con vistas a futuro eternizable donde la norma es la imperfección en sí misma

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  2. Se ve que sí, peregrina de mi corazón: la imperfección amenaza con perpetuarse...

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