La niña incómoda
He sido esta noche un hombre escandinavo, pelirrojo y
huesudo, de nariz angulosa. He tenido una hija y me he peleado casi
inmediatamente con la madre, una mujer despeinada y gritona, con gafas de
montura ovalada, lentes gruesas y cadenita dorada. No estoy segura de si era
una catequista húngara. Tampoco estaba seguro de este punto en el sueño.
Tras uno de esos habituales saltos en el tiempo, que ni yo
ni ninguno de los demás personajes hemos puesto en duda, he seguido siendo ese
hombre escandinavo, pero casado ahora con una preciosa señora escandinava con
cierto parecido a Siri Hustvedt –la mujer de Paul Auster, escritor cuya alusión
a la película D.O.A. [Con las horas contadas, 1949], en su
reciente aparición en Kosmopolis, me empujó a volver a verla con gran placer– y
padre de tres maravillosos niñitos escandinavos. Y nos vamos juntos los cinco –mis
hijitos, mi esposa y yo; ¡ojalá Siri y Paul nos hubiesen podido acompañar!– al
cine, a una sala más pequeña que las de los Méliès, más pequeña que el
minúsculo Teatre Malic, casi tan pequeña como un ascensor de hospital.
Allí, cuando se apagan las luces y mejor lo estamos pasando,
lanzándonos palomitas unos a otros y acertando en la misma boca –en un alarde
onírico de puntería que seguramente se deba a que en la oscuridad los copos y
los dientecillos se han vuelto fluorescentes–, se presenta la húngara con una
tía suya, con dos primos de pelo en pecho y muy malas pulgas y con la niña –que
sólo tiene seis años, aunque mis hijos legítimos, nacidos mucho más tarde que
ella, cuenten entre ocho y doce–. Y por más que la niña me mire suplicante con
sus ojos castaños y su melena lisa le llegue a las rodillas, me digo que no hay
en el mundo felicidad infantil que me compense tener que aguantar a esa madre
monstruo que tiene.
Con cierta mala conciencia, llamo al acomodador y lo conmino
a echar a esa gente –a esa gentuza, le digo–. Por muy hija mía que fuese un
día, hoy ni siquiera me vuelvo para verla salir, para verla llorar sin un
gemido mientras el pelo se le enreda en torno al pecho, ahogándola.
qué forma de soñar tan curiosa, me encantaría conocerte como señor escandinavo, debes ser muy encantador y corpulento.
ResponderEliminarPues sí. Y aunque trabajo en la ONU y siempre voy de punta en blanco, disfruto cortando mi propia leña a hachazo limpio.
ResponderEliminarUn abrazo boreal.