Madriz
Al cirujano que operó a mi
madre nadie de la familia le vio la cara. Fue un celador quien vino a recogerla
y se la llevó propinando fuertes golpes a la puerta del ascensor reservado al
personal médico. Cuando se abrió, ambos –celador y madre– desaparecieron tras
las hojas de aluminio deslizantes.
Ella no recuerda más que haberse dormido enseguida. Al término de la intervención, sonó el teléfono arriba, en la habitación 309, y una voz masculina que se presentó como el cirujano confirmó que la operación había ido bien y que en cuanto la paciente despertase la subirían a su cuarto.
El tráfico en Madrid es insoportable en estas fechas, así que no descarto que la operase telefónicamente. O quizá telemáticamente. Todo es tan moderno, ahora.
Un hombre sin trabajo aceptó un puesto laboral que le exigía vestirse de perro. Se convirtió en algo así como un perro publicitario, o un perro mascota deportiva, o un perro de peluche que servía de reclamo comercial para los niños.
La empresa, a cambio, le facilitaba caseta y pienso.
C., dramaturgo y editor, lee en el autobús interprovincial que une Madrid con Segovia. Muchos otros leen en miles de autobuses a lo largo y ancho de las redes de carreteras mundiales. Cualquiera con un libro en la mano sometido al traqueteo de los baches y al balanceo de las curvas compone una bella estampa familiar.
La diferencia estriba en que algunos, como C., aprovechan el trayecto inevitable para llevar a cabo una acción relevante y transformadora. Para ellos, la lectura protagoniza ese momento, mientras que el recorrido es circunstancial. La mayoría, sin embargo, llenan con páginas indistinguibles su obligatorio viaje cotidiano. Los primeros encuentran en los libros una vida paralela a la vida misma, una existencia con entidad y desarrollo propios. Los segundos, un mero pasatiempo.
Ella no recuerda más que haberse dormido enseguida. Al término de la intervención, sonó el teléfono arriba, en la habitación 309, y una voz masculina que se presentó como el cirujano confirmó que la operación había ido bien y que en cuanto la paciente despertase la subirían a su cuarto.
El tráfico en Madrid es insoportable en estas fechas, así que no descarto que la operase telefónicamente. O quizá telemáticamente. Todo es tan moderno, ahora.
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Un hombre sin trabajo aceptó un puesto laboral que le exigía vestirse de perro. Se convirtió en algo así como un perro publicitario, o un perro mascota deportiva, o un perro de peluche que servía de reclamo comercial para los niños.
La empresa, a cambio, le facilitaba caseta y pienso.
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C., dramaturgo y editor, lee en el autobús interprovincial que une Madrid con Segovia. Muchos otros leen en miles de autobuses a lo largo y ancho de las redes de carreteras mundiales. Cualquiera con un libro en la mano sometido al traqueteo de los baches y al balanceo de las curvas compone una bella estampa familiar.
La diferencia estriba en que algunos, como C., aprovechan el trayecto inevitable para llevar a cabo una acción relevante y transformadora. Para ellos, la lectura protagoniza ese momento, mientras que el recorrido es circunstancial. La mayoría, sin embargo, llenan con páginas indistinguibles su obligatorio viaje cotidiano. Los primeros encuentran en los libros una vida paralela a la vida misma, una existencia con entidad y desarrollo propios. Los segundos, un mero pasatiempo.
tres perlitas que disfruto, gracias
ResponderEliminarGracias a ti, Eva, por apreciar en ellas la blancura y el brillo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Stella.
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